-Características de la vejez
En
esta fase la experiencia, los impulsos y la actividad pierden su intensidad; lo vital merma, la pasión mengua, disminuye la vista,
el oído, los huesos pierden elasticidad
cediendo el lugar a síntomas y trastornos
orgánicos, causados por enfermedad o debilidad física: dolores, alteraciones funcionales, fenómenos acentuados por la
decadencia. Muchas veces el descuido y
poco aseo resulta penoso.
Desciende la percepción, se torna
dificultoso adaptarse a situaciones nuevas y estresantes. La vida se fija, los
procesos se inmovilizan; desaparece el impulso de luchar por cosas nuevas. Uno
no está propenso a cambios y desea la
paz. El círculo se estrecha, se vuelve
indiferente anímicamente. Pierde todo deseo de estima y simpatía por los
otros. No se preocupa por la impresión que causa y se cohíbe ante una personalidad más fuerte. Disminuyen
las facultades espirituales y la sensibilidad hacia el otro; los impulsos se
vuelcan versus lo elemental: comer, beber, dormir.
Se siente amenazado y acentúa el poder
sobre sus posesiones, derechos, hábitos, juicios, que se transmiten con la terquedad
y la tenacidad de tener siempre la razón, llegando a veces a
pecar por necio. El intelecto y
los sentimientos no razonan
velozmente y aceptar los cambios de las circunstancias se les hace imposible.
Pero
no todo es negativo; existen posibilidades positivas, incluso en la fase senil. Muchas
dificultades se resuelven, gracias a la experiencia adquirida. Miguel Ángel, Goethe, Freud son ejemplos de ancianos
maduros pero no seniles.
El ser humano jubilado -en la mayoría de
los casos- no lucha por enriquecerse o
adquirir posesiones. Se vuelve moderado: la experiencia lo aleja de la
actualidad y le concede permiso de
comprender situaciones y concederles un
valor que la juventud no logra acatar.
Ve
menos, oye menos, entre el tumulto de
ruidos que los perturban y lo aíslan.
Desconocen el arte de bien morir; muchos ni osan nombrarla.
No le encuentran sentido a la muerte.
Se perdió en Occidente la dignidad y el
valor necesario para afrontarla. Se la vive como un paso aterrador. Al no reflexionar sobre ella, no existe la
posibilidad de hacerle frente, y sólo se
la soporta, cuando el fin se
aproxima y no queda otra opción.
La juventud vive la vida y acepta la muerte únicamente -si es
decorosa, valiente, heroica o trágica-, refiriéndose a ella como
si fuera un elemento decorativo, sin significado personal.
El deber ético de:
a)
Los seres que lo rodean. Aumentar
su paciencia, lo cual no es fácil: la vida quedó estancada. La vejez no puede
sorprendernos ni excitarnos con palabras o gestos; quedó fija en etapas del pasado que tercamente
repite sin cesar y que los terceros ya no escuchan u oyen con irritación e impaciencia.
b)
El anciano siente recelo, una
desconfianza que lo lleva a ocultar; al
perder la memoria, el tiempo real y presente, se enfoca en el pasado que maneja
con soltura. La familia o quien lo cuida se agota de las repeticiones que
cuenta encantado, como si fuera la primera vez. Se necesita altruismo y una
paciencia heroica para mostrarse amable; carece de una mirada hacia el futuro y
no espera nada del presente: el pasado es el único campo donde se siente cómodo.
Considerarlo, apaciguar su desconfianza, y
poner humor en ciertas situaciones donde
se muestra terco, crítico, pretencioso.
Hijos y parientes le desean el fin; se muestran poco tolerantes. los viejos positivos.
Pero existen dos clases de seniles:
El primero, con su plaga de defectos
acentuados, que se torna odioso a los
demás.
Antiguamente al viejo se lo abandonaba o se lo mataba, por ser inútil a la sociedad;
hoy se lo encierra en un asilo no se lo
visita, salvo en su cumpleaños o cerca de Navidad. Si se enferma lo ven más
seguido, esperando el fin. Sería equivalente a la eutanasia de los ancianos nazista.
Simone de Beauvoir en su
excelente Ensayo de 707 páginas nos dice
lo siguiente:
La hegemonía machista patriarcal duró siete
mil años y prevalece en los países pobres y orientales, declinando en el mundo occidental. El yo incluye
el cuerpo, nombre, posición social, posesiones y hasta conocimientos en nuestra
imagen y en la que deseamos que los
demás perciban.
En el último mitad del S XX, -Plutón se
hallaba en Leo, signo de la individualidad-, los Beatles, la ropa en boutiques
al alcance de todos, la moda unisex, donde
lo antiguo dejó de ser lo mejor:
comprar y tirar para volver a
adquirir o desechar, a fin de obtener un modelo más reciente y por lógica más
caro. Es un círculo vicioso que nunca acaba. Esta época podría denominarse la
era del automóvil y hoy, el tiempo del celular, la cibernética, la tecnología
en exceso. El poder adquisitivo se basa
en la cantidad de aparatos electrónicos
que uno posee y -en oposición a la generación de nuestros abuelos- la juventud
siente poco interés por lo tradicional, el mueble antiguo o las joyas; “lo
bello es nuevo” es lo predominante y no "lo bueno y lo bello´" que pregonaba los
antiguos griegos. Cambiar el auto cada dos años porque se cansaron del modelo,
para competir con amigos, socios laborales y aumentar su estima o poder es un
ítem que vemos a diario.
Mi departamento, mi casa, mis amigos, mi
médico, mi cirugía, mi enfermedad, mi terapia o terapeuta. Tener es sinónimo
del capitalismo y de la propiedad privada; adquirir propiedades o conservarlas
o venderlas para comprar otras. Tener se relaciona con el deseo de ser grande.
Algunos, hastiados de lo superficial, se conectan con su interior mediante un gurú de moda en la India o en nuestro país, según
el prestigio que tengan.
Tenemos ejemplos de ancianos respetables;
comencemos con Edipo en Colona, en oposición al rey Lear, donde la vejez se parece a la locura, pues ansía compartir su reino con sus
hijas para recibir a cambio afecto y atención. Shakespeare percibía en los ancianos poca sabiduría:
Lear, condenado por sus hijas, deberá errar por los caminos, en medio de un medio hostil.
En Francia, el siglo fue muy duro con los
ancianos, La sociedad era autoritaria, absolutista; no concedía lugar ni a los
viejos ni a los niños -que morían antes del año y la mayor parte de los adultos
entre los 30 y 40 años; hubo excepciones: Miguel Ángel, Goethe, Kant, Freud, Hugo
y otros. Incluso lo reyes morían entre los 49 y 56, con toda la atención y cuidados que se les proporcionaba.
Se los consideraba mayor a los 17, 18 años
para poder servir al país en las guerras.
El hombre de fortuna y posesiones era respetado;
la memoria y la experiencia eran valores adquiridas con la edad y apreciadas.
Los viejos carecen de atracción. A los 30
estaban minados por el trabajo, encogidos,
La iglesia ayudaba con sus escasos medios
a los necesitados, siempre insuficientes frente a la hambruna y la explotación del
campesino y -siglos más tarde de los
obreros-.
En la literatura, la ancianidad masculina
inspiraba menos sarcasmo. Corneille le cede espacio en sus tragedias; Don Diego es una viejo aristocrático, padre
del Cid Campeador y, en Horacio, se impone la figura del anciano; había respeto
por la ley, por su coraje y su generosidad, y se sentía respeto por la
aristocracia, no por su riqueza sino por sus conocimientos y valentía.
A diferencia de Corneille, que busca una
figura noble e imponente en don Diego y en la tragedia de Horacio. Racine le otorga el permiso de amar y Molière
lo convierte en el hazmerreír de su obra El Avaro.
A principio del S XVII, Isabel I de
Inglaterra creó la ley de los pobres para los indigentes sin familia y sin
dinero. Hasta ese momento no se ocupaban de los recién llegados y menos de los
numerosos vagabundos, vistos como zánganos inútiles o perezosos holgazanes. La
mendicidad era inmoral. Los cuarenta
primeros años de ese siglo hubo instituciones caritativas para paliar la dureza
y se fundaron asilos y hospitales. La religión predicaba el respeto por los
pobres y exigía la limosna de los ricos.
En Inglaterra estalló un conflicto entre
burguesía vejada y la realeza, que fue sometida por el poder real. Recién en la Restauración, las
mujeres representaron los papeles femeninos en obras de teatro. Los puristas, el quietismo y protestantes y
anglicanos veían en el teatro una señal de perdición. El teatro cínico se
burlaba de la vejez: en los hombres indicaba la pérdida de la virilidad; en las
mujeres, la pérdida de la belleza con sus pechos caídos y su piel
marchita.
Shakespeare trataba con desprecio a la
ancianidad. Luego llegaron las comedias, a fin del XVII, ilustrando los conflictos entre
generaciones.
Quevedo se burla de las mujeres viejas y
las compara con la muerte. El amor eterno de Petrarca en el Renacimiento le
cede lugar a la burla y al menosprecio.
El S. XVIII
Fue sombrío en Francia;
estalla la Revolución Francesa ;
la monarquía pasa por la guillotina, mientras la burguesía se impone; respetan
la libertad de ideas, la noción del prójimo se amplía, se interesan por los
salvajes, recuerda a los adultos, a las madres amamantan a sus hijos y en los adultos se
reconocen los futuros y potenciales ancianos; el hombre mayor simboliza la
unidad, la permanencia de la familia; florece el individualismo burgués, el jefe
anciano posee propiedades y goza de prestigio. Se exalta la virtud, se dejan de lado los cuentos
morales y se escriben tratados de humanidad; se atiende a los débiles, a los
pequeños, al abuelo; se estimulan los
actos de beneficencia. La ancianidad es
vista como una época de descanso; las
pasiones extremas se suavizan; se
adquiere serenidad, sabiduría.
Se conmueven frente a la miseria, Reconocieron que todo hombre tenía derecho
a existir. La asistencia pública fue
reformada; la miseria de los inválidos y los ancianos mermó. La burguesía revalorizó la ancianidad.
En Inglaterra progresaron las técnicas, la industria, las finanzas, el comercio. Nace
una nueva clase rica, poderosa que tiene conciencia de sí y se forja una moral
conveniente. Se multiplican las sociedades, y se perfila un
hombre nuevo: el comerciante; es sencillo no le gusta la pompa, lleva una vida
retirada y tiene una moral por encima del arte.
Los teatros retratan viejos criados
abnegados, padres e hijos que se ayudan, personajes simpáticos. Pasan esas tendencias a
Francia con el hombre nuevo, el filósofo, que profesa una moral laica pero
humanitaria con Diderot como guía.
En el S XVIII se lo comprende mejor por los
servicios prestados a la sociedad. Se
respeta su prosperidad.
En el S XIX llegan los melodramas donde
la ancianidad representa lo majestuoso y conmovedor. El viejo servidor abnegado, fiel a su amo.
A partir de mitad de este siglo se
finalizó la revolución industrial; ferrocarriles, textiles,
metalurgia, minas, fábricas de azúcar y otras obras cobraron impulso, mientras los bancos tuvieron un rol principal. Veinte
años más tarde la Asamblea Nacional estaba
formada por gran cantidad de ancianos.
En síntesis, en Francia y en los países
europeos la pelea de las generaciones se
abolió en la burguesía y se establece una armonía. El hijo ocupaba en la sociedad un
escalón más alto que su padre quien orgulloso de su éxito y ascenso diluía
el odio. La sociedad también exigía la ayuda o colaboración entre viejos y
jóvenes donde la experiencia y los conocimientos
eran valorados. Si el viejo se imponía, podía ser por la imagen de la
reina Victoria, que reina en Inglaterra con un rigor moral y un éxito económico
hacia la austeridad con el fin de reinvertir las utilidades; era bien visto
ahorrar en los años de ganancias,
La pareja viejo-niño conmovía al público
en obras de teatro de Dickens, donde su éxito fue enorme. Se modificó también la
relación de los nietos con los abuelos y en la alianza, lo encuentran un compañero divertido e
indulgente.
Lo consideraban de una manera más
realista, sobre todo los nobles, los burgueses,
hacendados, industriales y en ocasiones las clases explotadas.
Siempre existen atributos positivos,
incluso en la fase senil. Nace una calma nueva, donde muchas dificultades se
resuelven gracias a la experiencia adquirida.
El hombre senil, ya jubilado, por lo general no lucha por adquirir posesiones; sus hijos son individuos
maduros. Se vuelve moderado; la
experiencia lo aleja de la actualidad y le concede comprender a los demás, por haber pasado por
las mismas experiencias.
El deber ético pedagógico de la fase senil podemos
diferenciarlo en dos temas:
A) Los seres que lo rodean. Deberían aumentar
su paciencia porque la vejez no es
fácil: la vida queda estancada. No puede sorprendernos ni excitarnos con
palabras o gestos; está fija tercamente en esa faz; un recelo, una desconfianza que lo lleva al ocultamiento. Narra una y otra vez situaciones lejanas en
el tiempo, que los de su alrededor escuchan a veces con irritación e
impaciencia. Al ir perdiendo la memoria del tiempo real y presente, se enfoca
en el pasado que maneja con soltura. La familia o quien lo cuida se agota de
las repeticiones que cuenta él encantado,
como si fuera la primera vez. Se necesita altruismo y una paciencia sin límites
para ser amable; le falta un foco hacia el futuro y -no esperando nada del
presente- se aferra al pasado, única área donde se siente cómodo. Apaciguarlo, oírlo, quitar el germen
de su desconfianza poniendo humor en las situaciones será heroico. Se convierte
en un ser terco, crítico, repetitivo y pretencioso en su miseria.
Su familia, hijos, parientes desean
que se muera; si no lo dicen conscientemente, su conducta con él es poco tolerante.
Antiguamente al viejo se lo mataba, por ser
inútil a la sociedad; hoy se lo encierra en un asilo y -por culpa- no se lo
visita, salvo en su cumpleaños o cerca de Navidad. Si se enferma, lo ven más
seguido, esperando el fin.
Sería similar a la eutanasia nazista del el S XX.
Pero existen dos clases de seniles: el
primero, con su plaga de defectos acentuados, que se torna odioso a los otros; el segundo, quien es
una bendición haberlo conocido,
porque en él se detuvo la vida sin amargura ni resentimiento; la acepta con
naturalidad y conserva el carácter amable, pues alegremente aceptar declinar y
la idea de la muerte no lo aterra.
El que se hizo ilusiones para el futuro, envejece como un ser mezquino, se
vuelve cínico, censor hacia esa juventud que añora, llena de una vitalidad incomprensible.
Envejecer significa inclinarse, aproximarse
al fin. Más años, más cercana: madurar
es prepararse hacia ese postrero acto. La muerte es la disolución en la nada o
el paso necesario para encontrarse consigo mismo, lejos de las cadenas físicas
que ligaban el alma y le impedía alcanzar el infinito.
Carecer de fe trae angustia. El núcleo de
la ancianidad es la oración y en silencio; un
enfrentarse con ese Dios lejano que se asoma o el vacío eterno: “polvo
eres y en polvo te convertirás” (Quevedo)
Los seres humanos viven más. Hace medio siglos se moría entre los 65, 68
años, edad aceptable para sus herederos, que entrarían en posesión de su
herencia; se les tenía más paciencia. Hoy
una mayoría supera los ochenta con
facilidad. Se combaten las enfermedades con eficiencia, tiene los medicamentos adecuados y los asilos no siempre en condiciones
humanas, crecen. Puede alcanzar una edad irrisoria: noventa años y más aún.
Nacen allí los problemas demográficos: una generación pasiva que trae
dificultades económicas a todo el sistema; un dilema sociológico pues la
indiferencia de los hijos, nietos y parientes hacia esos seres ya inútiles llenos de dolencias, con sus conversaciones
puestas en su pasado. ¿Cuál es la importancia del anciano? En la Biblia se los veneraba. El cuarto mandamiento de las Tablas de Moisés exige “honrar padre y
madre”, o sea respetarlos y tener una cierta ética en su declive.
El S XX y principios de la década el
XXI, el nazismo los señaló como la
solución del problema, descartando y matando a los inútiles. En la actualidad
pasados setenta años desde esa II Guerra Mundial aparece la eutanasia como fin
todavía no aceptado legalmente: la “solución” regresa con disimulo, tal vez con mayor delicadeza.
En los ancianos, las pasiones se acallan,
la sangre se enfría y frente a la pérdida de la sexualidad encuentra vanas las cosas; se desengaña pierde el gusto de
ocuparse de los demás: un desinterés general cubre su mundo. Se desliza rodando muy lentamente en sus eternos
recuerdos repetidos, como si fuera la primera vez.
Cicerón la denomina una desventaja, no una
deshonra, y aceptaba que ser pobre a esa edad era una desdicha. Horacio, en el S I, habló de la
vanidad de todo y lo inútil de la pompa. La decrepitud ayuda a soportar la
muerte. A los 90 uno no muere, se extingue por lo general. Emerson
afirma que a esa edad se deja de actuar, de pensar, lo cual es apaciguador. Cada edad tiene su
propia organización y el anciano tiene un equilibrio diferente del hombre y su relación con el mundo.
En Oriente se respeta a la vejez; en China, en Esparta, en las oligarquías griegas y en Roma, en la
medida que era rico tenía peso en la vida pública y privada. Las personas con mayor
poder adquisitivo sienten el mismo malestar de ser abandonados, pues la
inutilidad no es solamente producto de
la pobreza.
La esperanza de vida fue aumentando: en el
S XVII, el hijo tenía entonces 14 años cuando moría su padre. De 100 niños un
25% moría antes del año, otro 25% antes de los 20 y otro 25% entre los 25 y 45
años de edad. Una decena solamente llegaba a los 60 años. Los octogenarios eran
excepciones y se lo exhibía con orgullo. En el S XVIII el promedio era 30 años,
luego se estabilizó en los 60; a mitad del S XIX un 10% alcanzaba los 60, luego subió a un 18% y hoy la cifra es inimaginable. Podemos nombrar países donde la población
anciana es mayor que los niños y adultos juntos.
Las mujeres viven más que los
hombres; el problema se ha tornado agobiante para la sociedad, para los
familiares, para la economía y hasta políticamente. Hoy las jubilaciones desgastan las arcas. En el S.XIX,
al ser despedido, el anciano quedaba totalmente abandonado; la familia debía
ocuparse de él y no siempre lo hacía con agrado. En 1896, siete años después de
la Revolución Francesa se habló de darles una pensión como una recompensa - no como un derecho- a
quienes eran mayores de 50 años; los funcionarios y militares fueron los
primeros en cobrar.
En el S XIX, el ascenso veloz del
capitalismo y la expansión industrial trajo una agitación social que se fortificó
en Alemania con Bismarck, que estaba de acuerdo en ofrecerles un mínimo de
seguridad. Brujas tiene casitas independientes, agrupadas en medio de la ciudad,
para que estén cerca de sus familias. Las mujeres capacitadas hacen puntillas para la comunidad; son mujeres independientes y tienen un horario para regresar a su lugar y un trabajo que
entregar a la comunidad de monjas, que
las protegen y ayudan. Viven dos en cada casa.
En USA existen lugares donde en edificios
apartes, los ancianos tienen sus departamentos y les fabrican programas,
distracciones, idas al teatro, paseos, excursiones, aunque no funciona
totalmente, pues los viejos desean estar con sus familias y se sienten
lujosamente abandonados. También existen
centros diurnos, donde se quedan todo el día y lo pasan bien, sabiendo que por
la noche dormirán en su hogar o en el de uno de sus hijos. Esta opción de más
positiva. En Argentina la Fundación Hirsch
tiene un magnífico lugar con varias hectáreas para pernoctar, vivir allí o
pasar el día. Si forman parte de un club se sienten más satisfechos que solos
todo el día en su hogar.
Luxemburgo, Rumania, Suecia, Austria,
Hungría y Noruega, protegió a los
asalariados que se financian con los impuestos. Dinamarca, Nueva
Zelanda y el Reino Unido recién lo aceptaron en 1925. Los países escandinavos se ocupan de
que la vejez tenga una suerte decente
dentro de un socialismo moderado, cobrando una tercera parte de su salario. El
retiro para las mujeres es de 60
a 62 años y para los hombres de 65 a 67 años. En otros países
occidentales, la edad difiere en algunos años menos, jubilándose antes los mineros, militares, el
personal de aviación civil, transportes y enseñanza primaria. Los trabajos
domésticos se retiran por lo general más tarde.
Los jóvenes pujan por alejar a los mayores
y ocupar sus puestos. Pueden tener
disminución muscular, problemas auditivos y visuales, problemas para ver a la noche, menor destreza, menor resistencia al frío, al
calor y al ruido; les cuesta adaptarse a situaciones nuevas o iniciar tareas
nuevas, porque merma la velocidad en sus acciones, se ponen nerviosos, tienen problemas con la memoria.
El viejo tiraniza con sus años y sus ñañas
y las generaciones posteriores los rechazan. La relación de un adolescente
impaciente, rodeado de objetos electrónicos, no tiene cabida ni tiempo para
visitarlo y entrar en su pasado.
La sociedad no les tiene paciencia; podrían
operar sentados, re adaptarlos en sus
tareas; en vez de ello, los bajan de categoría y sufren material y moralmente,
porque se sienten disminuidos con sus
recursos menos onerosos.
Otros países capitalistas difieren y no a favor de la ancianidad. Si
obtuvieran los beneficios que sus años laborales merecen, no estaríamos
exponiendo el tema. La injusticia hacia los jubilados es tremenda en casi la
mayoría de los países occidentales. El capitalismo busca eficiencia, aumento de la productividad, y no la humanidad y el reconocimiento que merecerían. el “Time is gold” americano o el "good for nothing".
En 1970, Simone de Beauvoir señala que
entre 16 millones de ancianos, 8 millones
son muy pobres; hoy, la cifra sería
espeluznante. La maldad a veces llega a separarlos
en asilos diferentes o pasar de ser
pensionistas a salas comunes, donde terminan siendo abandonados por la familia porque
verlos los llenan de culpa.
Algunos son abandonados en hospicios. Suele
hacer frío, no tienen calefacción central, casi siempre los sanitarios son
deficientes, las duchas no arrojan agua templada, no tienen en cuenta el régimen
adecuado para cada caso en particular. La humedad y la soledad es infinita: (en un pensionado
en Niza el director afirmó que en ese entonces sólo el 2% recibía visitas). La
rutina es rígida; deben acostarse y levantarse temprano. Son un número, un
apellido, no un ser humano. La TV
que no la escuchan está puesta a
un volumen exageradamente agudo, que les embota más el cerebro; no leen, tienen
algunas horas ocupadas en trabajos manuales, aunque la mayor parte del tiempo están a su libre
albedrío, sentados en una silla con la mirada fija a lo lejos. En los lugares
donde se sienten útiles y están mejor atendidos por lo general son privados y
muy caros. El vino les está prohibido. La atmósfera es maloliente por sus
problemas de contención de orina y el aire sofocante. Uno sale siempre
deprimido, luego de una visita.
Basta leer esta cifra de la década del 70.
No había cifras para comparar en el
presente..
El 8% muere la primera semana.
El 28,7% el primer mes.
El 45% los primeros seis meses.
El 54% el primer año.
El 65% en los primeros dos años.
En Oriente se los respeta, a veces se los
venera por la experiencia y sabiduría que poseen.
En Alemania se festeja los jubileos a los
70 y a los 80.
Sensibles a su potencial futura decadencia física,
los jóvenes los ridiculizan. Al mito del anciano soberbio y
enriquecido, se le opone el viejo
acurrucado, reseco, disminuido o mutilado. Esas carcasas humanas que deambulan en el S.XX, porque les cedieron más de treinta años de vida al Estado, hace que los hombres
maduros carguen con sus padres, sin poder salir, irse de vacaciones, vivir su vida plena y poco a poco el cariño
se convierte en fastidio.
Los esquimales los dejaban, cuando se convierten en inútiles, en la mitad de la noche, con alimentos para
uno o dos días, pensando que un oso podía aparecer y devorarlos; ellos lo
aceptan porque en un iglú no hay lugar para nadie que sobre. Magnífico el
pasaje del libro El PÁIS DE LAS SOMBRAS
BLANCAS que van a buscar a la anciana, cuando el niño llora porque un
diente le está por salir; buscan a la abuela abandonada en medio del hielo, para que los
ayude a resolver el problema. Pasados unos meses, cuando ya saben cómo ocuparse
de los dientes, la vuelven a abandonar.
Hoy no se los abandona en medio de glaciares con temperaturas bajo
cero, sino en asilos, hogares de ancianos, hospicios, expulsados sin ternura y
sin visitas. Y todos asistimos
con indiferencia a ese mal trato. Aumentar la edad no trajo cariño hacia
nuestros antepasados, que gimen por seguir
viviendo, sin claudicar, pese a su soledad y su decrepitud. Todos sabemos la condición escandalosa donde viven la mayoría en este mundo moderno de fin del
S XX y principio del XXI.
Churchill, Adenauer, Freud, Verdi, Miguel Ángel, Goethe, Balzac, Tolstoï,
Gandi fueron personas que pasaron sus ochenta años con su mente en perfecto
estado. Miguel Ángel montó a caballo tres días antes de su muerte.
No toda la culpa es de la generación
anterior. El tiempo es oro, valgo lo que
tengo, debo producir serían los ítems de este mundo caótico y cruel, porque
también es cruel con ellos. Si el
anciano cedió su poder y sus bienes a sus hijos, esperando como el
rey Lear una compensación de sus herederos, sólo obtiene impaciencia y mal trato. Existe un pequeño diálogo con la enfermera o quien lo
cuida pero muy breve. Se compran los remedios y se abandonan
en la portería para no tener que saludarlos; se llegan hasta el asilo para pagar la cuenta mensual sin ni siquiera visitarlos, salvo el día del aniversario, que
ellos no recuerdan, o en Navidad. A
veces se tiranizan ambos, en una relación ambivalente donde a veces el hijo o hija
sigue en ese rol inacabable de no poder crecer, porque debe ocuparse de sus
padres e incluso de sus suegros, tarde o temprano. Preferirían la intimidad a
la distancia y no cohabitar con ellos. Los ancianos prefieren no cohabitar en
el aislamiento.
La relación entre los nietos y el abuelo es
más sencilla; éstos, en rebelión con los adultos y sus padres, arman su complicidad
y se solidarizan. El amor hacia los ancianos en las mujeres habla de una
relación entrañable con su abuelo.
La imagen
del padre despojado de prestigio es literalmente patética. Cuando los hijos obtienen el poder pueden reconciliarse y la agresión y el
rencor y apaciguarse. Les gusta tratarlos como seres inferiores y convencerlos
de su decadencia, obligándolos a un papel pasivo, con el fin de gobernarlos a
su gusto. El adulto tiraniza con disimulo a su progenitor, dándole órdenes
que parecen consejos, ridiculizándolo, mintiéndole, atemorizándolo con enviarlo
a un asilo, si no obedece y así se mina su resistencia convirtiéndolo en un
objeto que uno manipula a su gusto. El
anciano siente que se desmorona hacia la
nada; verse arrastrado hacia la inutilidad, sin interés alguno por la lectura,
la cultura, el arte, los deportes, -exceptuando el foot-ball en los hombres- es
un drama que va in crescendo.
Las mujeres sienten en su papel de abuela,
que tienen todavía un sentido. Viven pensando en el momento de su jubilación y
cuando la alcanzan no tienen el mismo entusiasmo ni las ganas que en su madurez
para seguir haciendo cosas; no se imaginaron un futuro tan vacuo. Temen la soledad, la muerte de su pareja, y el futuro incierto. El hombre define su
identidad con su cargo y su sueldo:
quisieran trabajar de vez en cuando; menos horas, menos responsabilidad pero
sentirse útil. La decadencia viril lo abruma. Pierde junto a su virilidad su capacidad como ser humano.
La nostalgia es mayor entre los
trabajadores manuales que los de oficina: los últimos todavía encuentran placer
en leer, ir al cine, al teatro, miran la
vida de otro modo. Y si uno es pobre se siente un paria; no desea recibir una
invitación porque no podrá retribuirla; se siente un inútil disminuido por las
falencias físicas y psíquicas. La depresión y el envejecimiento cohabitan lastimándose. Las pérdidas aumentan.
Parten los familiares, los amigos, los socios; la soledad es total. Se sienten
próximos a su propio final. Es absolutamente necesario que conserve ocupaciones
de cualquier índole, ciertos hobbies, aunque con la edad llega el desinterés, el cansancio, la movilidad se reduce, mientras el desinterés le quita gusto a toda
distracción y la impaciencia de los demás los humilla.
Los intelectuales también la sufren.
Hemingway se suicidó al enfrentar la hoja en blanco; no tenía nada más que
escribir y el vacío se impuso.
Bibliografía: Simone de Beauvoir, LA VEJEZ , segunda
edición, febrero de 2011, editorial
Contemporánea.
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