Su exquisita sensibilidad, el amor a la belleza y el mundo poético, que bullía en cada partícula de su ser, se exteriorizó de diversas formas, aunque fue la música en cuyo sortilegio quedó finalmente atrapado. La magia de los sonidos le arrancaba lágrimas y le producía raptos de honda ternura; en ocasiones, una alegría infinita.
Extraerá del filósofo Kant la idea de que
las matemáticas las llevamos dentro de nuestro intelecto; estaba firmemente
convencido que, si algo podemos comprender, también es posible explicarlo con
claridad.
No amaba el dinero: ¿Se concibe a un
soñador convertido en un robusto burgués, amante de fortunas y comodidades?
Vestía zapatos sin lustrar, siempre los mismos, pantalones de entrecasa y un
pullóver gastado, con algunos puntos corridos. Era su modo de rebelarse frente
al mundo; quería borrar todo apego a lo superfluo, en el comer, en el vestir y
en la forma de conducirse en sociedad.
Einstein había sobrepasado las pasiones
humanas; si las advertía, no se inmutaba y sabía apartarse, con sutil diplomacia.
El desprendimiento era natural en él, ya que no sentía apego por nada material
y se rebelaba, no como algo preconcebido de antemano, sino de modo espontáneo y
con la simple generosidad de quien rechaza el dinero, con aversión instintiva.
Prefería alternar con gente sencilla, desprovista de todo protocolo, y para
quien la cultura no era un mero refinamiento sino una inquietud profunda del
alma. No necesitaba de riquezas ni de frivolidades.
Había dominado el exceso de puritanismo
sobre el "qué dirán". Rehuía de ciertos cánones, impuestos por la tradición. Lo hacía por la pureza de su espíritu, por la
simplicidad de su alma. Afirmaba que "la vida se vuelve complicada, porque
alguien se encarga de crearle obstáculos".
Le interesaba saber qué era el sol, las
galaxias; dónde empezaba y terminaba el cosmos, cuál era el indescifrable
destino del hombre. Podríamos repetir las palabras de Mozart al escuchar a
Beethoven: "Contempladle atentamente; algún día, dará qué hablar".
Superó escollos, sin herir sentimientos
ajenos. Conservó una línea de conducta que no alteró. Jamás dijo si el silencio
que se hizo en torno a su obra, lo rozó. Si alguna vez se sintió herido, tuvo el
coraje de llevarse el secreto a la tumba.
No le gustaba improvisar juicios ni emitir
ideas sin fundamentos. Sus trabajos fueron una síntesis perfecta. Cuesta comprender
cómo, en tan pocas líneas, pudo un hombre decir cosas tan importantes. Su lema
era: "Hacer poco ruido, mas decir mucho".
Le gustaba pasear por los bosques y se
extasiaba en la naturaleza, teniendo un gran amor por la quietud y la soledad,
pero este goce se esfumó, con el inicio de la Segunda Guerra
Mundial.
Su primera mujer sufría de melancolía, la
cual fue empeorando con agudas crisis. Se había vuelto callada, introvertida y
se sentía frustrada. Había sido su antigua compañera de matemáticas y -ahora- estaba convertida en dueña de casa. El hecho de que a su lado rondara el éxito,
le dejó un sordo resentimiento, que fue minándola y convirtiéndola en un ser
terriblemente extraño, causando una pésima impresión. Einstein terminó por
divorciarse, pero su hijo sufría de un mal similar. Fue internado, víctima de
un desequilibrio mental. El oído del padre no percibía ninguna voz. Así de
absorto estaba y tan grande era su sufrimiento. Quien haya sido capaz de
soportar esta tortura paternal -sin entrar en agonía- es un santo o un héroe.
Einstein logró superarlo.
Conoció a Elsa, su segunda mujer, y conoció
junto a ella momentos de gran felicidad. Posteriormente, la muerte de su mujer
fue el inicio de la soledad. Se aproximaban años difíciles. El vacío a su alrededor
lo envolvía; se hacía denso, penetrante. No se quejó; se sometió a su ley. La
vejez lo alcanzó inadvertidamente, sin el más mínimo ruido, cuando sus sueños
se habían agotado. No le importó: "Del átomo vienes y al átomo
regresas".
Teoría de la relatividad
Anticipó que la luz de las estrellas, al
pasar próximas al sol, se desviaba de su línea recta en forma pequeña, aunque
perceptible, mediante instrumentos especiales. Se debía aprovechar un eclipse
solar, para fotografiar la luz de estas estrellas.
Luego de escribir acerca de esta teoría, estuvo enfermo una semana, postrado en cama, a causa de la fatiga de la
creación.
La guerra
Agosto de 1933. Hitler sube al poder,
aprovechando la confusión reinante. El 28 de septiembre de 1939, cae Varsovia en
poder de los alemanes. Le sigue Dinamarca, Noruega, Bélgica, Holanda, Grecia y
Francia. Inglaterra, mientras tanto, no se deja intimidar. El 7 de diciembre de
1941, fue la tragedia de Pearl Harbor: los EE.UU. entran por fin en guerra. El
mundo convulsionado no saldrá del caos "sin sangre, sudor y
lágrimas", al decir de Churchill.
La bomba atómica
Einstein estableció que al fragmentarse el
núcleo atómico, la energía liberada sería igual a la masa perdida, multiplicada
por el cuadrado de la velocidad de la luz. Según cálculos matemáticos, en un
gramo de materia existiría una fuerza equivalente a unos 90 x 10 a la potencia vigésima
ergios, que sería capaz de levantar 10 millones de toneladas de peso, a la altura
de 100 metros .
Esto podía conducir a una bomba extremadamente poderosa que, transportada en un
barco, destruiría todo el territorio circundante.
Fin de la guerra: Hiroshima
El 6 de agosto de 1944, a las 8.15 A .m. cayó la primera
bomba atómica sobre esta isla, ya que Japón no se rendía aún. Fue transportada
por un avión B 29, a
600 metros
de altura, en un ataque sorpresivo.
Un relámpago enceguecedor, una
fuerte ráfaga de aire, el derrumbe de edificios, una nube de polvo y los
incendios estallan por doquier. A lo lejos, el hongo atómico.
70.000 muertos en forma instantánea y
otros 70,000 heridos a causa de las terribles quemaduras, tras una larga y
peno
sa agonía, por el efecto radioactivo. Se originó en forma de luz, de calor,
radiación y presión, desde los rayos X hasta los ultravioletas y los
infrarrojos, con la velocidad del sonido. Los gases, extremadamente calientes, formaron aquel hongo inicial, que se expandió hacia arriba y hacia fuera, a una
velocidad menor. Duró -quizá- una fracción de segundo. No obstante, la radiación
alcanzó a producir quemaduras de tercer grado a 1,600 metros de
distancia.
Tres días después, la guerra terminaba, con la explosión de una
segunda bomba, sobre otra isla: Nagasaki.
La era atómica
Einstein jamás se recuperó de que su
teoría fuera utilizada no en pro del progreso y de la ciencia, sino como
símbolo de una guerra atroz. Creía en el poder de la palabra, no en la
violencia. Pacifista a ultranza, no tuvo -ni le dejaron los acontecimientos
históricos- opción alguna. Tuvo que cambiar el rumbo de sus valores.
Tagore afirmaba que el mundo es relativo,
porque la realidad depende de nuestra conciencia. Einstein, en cambio, admitía
la verdad, fuera de toda existencia del individuo.
La comedia humana crea
ataduras, aunque es algo idealista desprenderse de ellas y vivir de acuerdo a
dictámenes más hondos y auténticos. Ambos representaron Oriente y Occidente
unidos, con el fin de edificar un mundo mejor,con amor y entusiasmo.
El siglo XX jamás deberá olvidar que,
gracias a este genial físico y sus descubrimientos, algunos hombres encontraron
el espíritu de la paz y algunos pudieron volver a mirarse como hermanos. La
vida seguía siendo digna y respetable, aunque un nuevo período acababa de
nacer: la temible era atómica, con toda su cruel magnitud y consecuencias.
Cristina Bosch