NIETZSCHE
La leyenda lo describe con una cabeza orgullosamente erguida; frente alta, surcada por arrugas, cabellos revueltos, cuello potente y robusto; cejas tupidas, mirada de halcón; un espeso bigote cubre su boca y un mentón prominente recuerda a un guerrero bárbaro con cabeza y cuerpo de vikingo germano. En esta forma de superhombre ha sido representado este gran solitario para hacerse comprender por la humanidad.
En un mezquino comedor de una pensión de seis francos diarios, en un hotel de los Alpes, entre huéspedes indiferentes que una campana ha llamado a comer, entra un individuo de espaldas cargadas, de silueta imprecisa y con paso incierto, que avanza tanteando como si saliera de una caverna; su traje es oscuro y cuidadosamente aseado; oscuro también su rostro y su cabello en desorden; oscuros igualmente los ojos detrás de unos extraordinariamente gruesos cristales.
Suavemente, casi con timidez se aproxima; a su alrededor flota un silencio anormal. Parece un hombre que habita en las sombras (tiene 6/7 de ciego); temeroso de todo sonido, saluda con cortesía y distinción y le devuelven el saludo; avanza hacia la mesa con paso incierto; prueba los alimentos con precaución propia de un enfermo del estómago; rechaza el guiso excesivamente sazonado o el té demasiado fuerte, pues irritaría su vientre delicado y –si éste se enferma- sus nervios se excitan. Ni un vaso de vino ni un vaso de cerveza, nada de alcohol ni de café; ningún cigarro o cigarrillo: no a los picantes; sólo comida sobria y una charla cortés en voz baja con el vecino de su mesa.
Regresa a su habitación, a sus papeles, notas y escritos. En un rincón, en un pesado cofre de madera está toda su fortuna: dos camisas, un traje, libros y sus manuscritos. Sobre un estante, muchas botellitas y frascos diferentes para combatir sus migrañas o para luchar contra los calambres de estómago que llegan a producirle vómitos de sangre o para combatir su eterno insomnio con dosis cada vez más fuerte de cloral y veronal; un inconmensurable artesanal de drogas, única ayuda que puede encontrar en el vacío de un cuarto anodino de hotel, donde sólo le es posible obtener el reposo a través de un sueño provocado y artificial.
Envuelto en una capa y con una bufanda de lana (la chimenea ofrece humo, no calor) y con una capa, una bufanda de lana y los dedos ateridos de frío más sus gruesos lentes tocando casi el papel escribe rápidamente durante diez horas, palabras que su propia mirada no puede luego descifrar. Durante horas, sentado, escribiendo, hasta que las pupilas le arden y le lagrimean los ojos.
Si hace buen tiempo, el eterno solitario da un paseo. Nadie le detiene jamás. El tiempo inestable, la nieve, la lluvia, los cambios climáticos lo retienen en su cuarto prisionero. Escribe junto a la lámpara sin que sus nervios –siempre tensos- se aflojen. En los días de verdaderas crisis, entre las jaquecas, los vómitos y calambres estomacales, llega hasta perder el conocimiento.
De vez en cuando un visitante; no le queda ni un rastro de sociabilidad; la conversación termina por fatigarlo. Nietzche trabaja diez horas diarias en cualquier lugar donde se encuentre; su mente se venga de esos excesos con dolores de cabeza que lo enloquecen o la continua tensión nerviosa que lo dejan exhausto e insomne. Se subleva y toma nuevas dosis o cambia de remedios; se entabla de este modo una lucha encarnizada entre sus órganos irritados; nunca un momento de reposo, de alivio total a sus malestares múltiples.
En veinte años no existe una sola carta en donde no suene el gemido de su padecimiento y sus gritos se hacen cada vez más furiosos ante el aguijonamiento incesante. En una de sus cartas escribe lo siguiente: "una pistola es para mí, actualmente, un pensamiento consolador; en otra ocasión exclama:"mi terrible martirio, casi insoportable, me hace anhelar la muerte. Por ciertos indicios me parece estar cerca de un ataque cerebral que me traerá la liberación, porque en todas las edades de mi vida el exceso de dolor ha sido monstruoso para mí."No encuentra palabras bastante significativas a fin de expresar su descontento y en la repetición pierde la fuerza.
Sin embargo, su cuerpo era fuerte y resistente y su tronco ancho y sólido, ya que pudo soportar tanto tiempo tantos malestares; sus raíces se hunden en una sana generación alemana, pero sus nervios son demasiados sensibles para la violencia de su sensibilidad y por ello están en perpetua conmoción.
Al sufrimiento se opone una gran capacidad para sufrir y a la gran vehemencia de sentimiento se opone igualmente una gran delicadeza nerviosa de su sistema motor; el más pequeño estremecimiento rompe su fuerte vitalidad en mil partículas y esa hipersensibilidad fatal que se estremece dolorida es, al mismo tiempo, la fuente de su genial inspiración . No es necesario una causa tangible; basta las vibraciones climáticas a fin de hundirlo en tormentos psíquicos y físicos. Pocas veces ha existido un intelecto tan sensible a las variaciones meteorológicas; en su interior lleva mercurio; es la excitación misma; entre su pulso y la presión externa, entre su sistema nervioso y la humedad ambiental existen misteriosos contactos eléctricos; sus nervios acumulan y reaccionan según las oscilaciones de la naturaleza; la lluvia o un viento fuerte deprimen su vitalidad; un cielo cubierto abate su alma profundamente; la nieve le resta potencia; la humedad lo debilita, mientras la sequedad y el sol lo vivifican y le otorgan savia. Necesita de continuo un cielo sin nubes donde no sople el viento. Estas presiones climáticas diferentes alteran su cuerpo y su espíritu, sometidos a los más mínimos cambios: "No soy un cuerpo ni espíritu; soy algo diferente; sufro en todo y por todo," admite.
Esa precisión de sensibilidad, esa tendencia a reaccionar con vehemencia desde su cuerpo ante cada impresión aumenta durante los últimos seis años. En medio de la soledad y el silencio exterior, como todo hipocondríaco, observa hasta la menor que sufre su cuerpo. Es un diagnosticador genial que se entrega al placer de un psicólogo curioso y hace de sí mismo un caso de observación y estudio. Actúa de médico y de paciente al mismo tiempo; ; ensaya dietas, brebajes, curas de agua; calma sus nervios con bromuro. Se convierte en un contemplador patológico. Nada hizo más agudo sus padecimientos que esa continua observación.
Después de seis años de tormentos incesantes alcanza el punto más bajo de su vitalidad; tiene deshecho sus sistema nervioso y, víctima del pesimismo y abandono, de repente se presenta uno de aquellos momentos de magica mejoría; toma su enfermedad que mina su cuerpo y la estrecha contra su corazón. Apenas descubre el sentido de su sufrimiento anhela convertirlo en un apostolado. Ese renacimiento es, por su puesto, una autosugestión ficticia; precisamente cuando levanta las manos hacia el cielo lleno de gozo, ebrio de energía saludable, jurando no haber estado jamás enfermo, el rayo de la locura se apodera de su víctima. En la embriaguez, no toma en cuenta nada; se limita a sentirse sacudido de placer. Llama a su amigo Peter Gast y le pide: "Cántame una nueva canción."
El mundo se ha transfigurado y se estremece de alegría, pero ese cielo atraviesa su cerebro, enloqueciéndolo por diez largos años.
Hasta su muerte Nietzche se precipita al abismo durante temporadas, cegada su mente hasta las oscuras profundidades de un vacío total, casi inconcebible en una inteligencia tan lúcida y brillante.
Bibl: Halévy, Daniel. Vida de Nietzsche. Edit Emece SA, año 2000
martes, 29 de abril de 2014
MALLARME
A los quince años escribió "Sensation"; a los diez y seis había descubierto las posibilidades en los versos que se apartaban de la estética y, adolescente aún, casi un niño, había creado el imperecedero "le bateau ivre"(el barco ebrio), aquella sinfonía fantástica de palabras febriles. Y medio en broma, medio en serio compuso sin darle importancia un soneto sobre el color de las vocales, que se conserva hasta hoy como el evangelio de los artistas.
Creaba sin preocuparse. Sus versos fueron coleccionados y publicados por sus amigos, excepto "Une saison dans l´enfer"( una temporada en el infierno) que editó él mismo en Bruselas, aunque al día siguiente mandó destruir todos los ejemplares; unos cuantos se salvaron por pura casualidad, unos cuadernitos magros, sucios, impresos en papel ordinario. La poesía significaba un modo de liberación, una válvula de descarga para su exceso de vitalidad. Primero arrojó lo excesivo en poesía, luego con las mujeres y más tarde en sus viajes. No lo consiguió. Cometió desatinos, se precipitó en todos los países como evadiéndose de una prisión.
Fue precoz, iracundo, brutal, con visos de atleta, de una energía sorprendente aunque sin continuidad.
Siendo pareja de Verlaine, (poeta maduro, casado y con hijos) el bellísimo adolescente con cara de ángel, actuaba como marido infernal y Verlaine, como el soñador energizado por el fuego que devoraba su pareja infantil.
A Rimbaud nada le fascinaba: el sentido familiar era una necedad de ataduras; tiraba por la borda el patriotismo, el orgullo cultural.
El arte lo consideraba como un modo de trabajo libre de la estética y de compromisos convencionales; dominó la poesía por la fuerza., sin escuela ni estética -edificada por millares de predecesores- se derrumbó como un castillo de naipes. En esta libertad se forma su obra poética, autóctona, germánica y bárbara; irrumbe en la cultura gálica, como los pueblos jinetes durante los tiempos de la migración.
Esta emancipación de todos los conceptos es la condición previa de su magnitud. Por supuesto se añade un talento único. Los ve, los oye, los saborea, los huele y se adentra en la poesía; devora los versos y los consume absorbiendo su esencia, sus más finos matices; todo se resume con tanta intensidad que absorbe las impresiones de los sentidos y se extravían sus cualidades; perfumes, colores, todo se confunde y ya no existe el saber sino la sorda sensación del instinto estimulado que Rimbaud en alcanza el límite de la perfección.
No escribió para libros de arte, únicamente quiso descargar su tensión interior y es natural que tal desenfreno, tal abundancia de expresión hiciera explotar la forma tradicional del verso francés. A los quince años utiliza el alejandrino para luego apropiarse del ritmo de los nuevos metros. La rima salta ásperamente y derriba la forma trizándola primero en la asonancia, en la libertad de la rima y luego atacándola con una melodía agitada.
Su poesía es dionisíaca. Liberado de la cultura es el balbuceo de los sonidos primitivos en forma rapsódica o a modo de sermón.
La fuerza lingüística de este poeta llega a lo grandioso, los conceptos irrumpen con un esplendor jamás escuchado. Las palabras se renuevan electrizadas; saltan, de modo inesperado, sorprenden y fascinan. Son palabras extraídas la mayoría de las veces de la ciencia, a menudo inventadas. Hay mil ejemplos, uno en cada estrofa: " la reine aux fesses cascadantes" " le cour fou robinsoné"," les insultes ilyphaliques et pioupiesques"; no existe una traducción posible; son conceptos y verbos inventados, aunque de una sonoridad asombrosa.
La Academia todavía no los ha incorporado al diccionario; tampoco las ha rechazado en su obra.
Durante tres años llevó a cabo obras inauditas a la edad de un puber adolescente. A los quince, repito, escribió "Sensation, espléndida poesía; a los diez y seis compuso "les chercheuses de pous" (las buscadoras de piojos) de una belleza diabólica, perversa. Los ritmos cada vez más airados, cada vez más violentas las fantasías.
Rimbaud abandona la poesía a los diez y seis años. Abandona también Europa. Llega hasta el magnífico Oriente. Muere joven, en la calle, en Marsella solo y completamente ebrio.
Su visión solamente se comprende con la posteridad. Uno queda atontado, tambaleando bajo los embates de las imágenes febriles pero así se realizan su íntimo deseo: ser un vate, un mago que encuentra los sueños del futuro. El los adivinó. Su existencia a posteriori reveló en "le bateau ivre"lo que había revelado sus poesías anteriores. Es una de las últimas . Como el arte era demasiado estricto para permitir estas explosiones de lo indecible, abandonó la poesía; la arrebató primero, la violentó y la tiró como inútil. Superó las últimas ilusiones antes de que los otros osaran pensarlo y terminó borrando su fórmula.
Si la biblia admite "que en un principio fue el verbo", también Rimbaud, con rasgos férreos admite que "en el principio fue la acción".
Bibl. Sweig, Stephan, "Rimbaud, ensayo de la PASION CREADORA.
KANT
KANT
Era de naturaleza difícil, constitución enfermiza y de una extremada sensibilidad. Su puntualidad era rigurosa. La filosofía crítica no podía hallar otro carácter que mejor conviniera a su fundador. Procedía siempre como un racional y ordenaba sus días como si se tratara de la misma razón pura. Como filósofo investigó las últimas condiciones del conocimiento humano y sacó los principios que fundan y limitan nuestro saber. Como individuo, puso su vida bajo el imperio de los principios que había establecido rigurosamente. El verdadero fin de su doctrina era someter todo acto de entendimiento a principios sabidos con toda claridad y acompañar todo juicio con la conciencia perfecta de su posibilidad. La regla era someter esos nítidos principios de cada acto cotidiano de la vida y acompañar cada uno con la conciencia perfecta del valor justo. No hacer nada que fuera contrario a ese fin; determinar toda acción según la finalidad era para él una necesidad natural como moral. Era un filósofo y un hombre de principios. Hamas hubiera sido quién fue, si no hubiese sido también el hombre que supo ser. Tenía una salud débil y quebradiza, pero su voluntad de hierro y la regularidad de cada uno de sus actos ayudaron a mejorarla. Nunca se acostó más tarde de las 10 P.m. levantándose durante treinta años a las 7 A.m. Si alguien osaba sacarlo de unos de sus hábitos alguna vez, no se dejaba envolver nuevamente en un acto similar. Deseaba que su labor ardua y difícil, que tanto recogimiento le exigía, no fuera interrumpida de modo alguno. Contrariado porque un gallo de un vecino cantaba demasiado, quiso primero comprárselo y -al no conseguirlo- tuvo que mudarse. Como el ruido de unos cantos religiosos que entonaban unos prisioneros también le incomodaba para reflexionar, le escribió al alcalde. Asimismo la música -a la cual apodaba "un arte inoportuno" le hacía perder su buen humor y llegó a tenerle suma aversión. Todo lo que interrumpiera el círculo habitual de sus pensamientos le era desagradable. No toleraba ni siquiera un botón desabrochado en uno de sus discípulos, menos aún descosido. A la hora del crepúsculo solía entregarse a la meditación, luego de haber dedicado la tarde a sus lecturas habituales; tenía el hábito de fijar la mirada en una torre que se encontraba enfrente, pero crecieron unos álamos inoportunos, vecinos a su morada, que ocultaron la vista de dicha torre. Logró finalmente que su vecino sacrificara la copa de esos álamos atrevidos que incomodaban su saber. Únicamente después de una lucha interior logró despedir a un antiguo criado que había tenido durante cuarenta años y que no solamente era completamente inútil sino también de conducta indigna. Le costó un esfuerzo considerable lograr tamaña hazaña. Cuando invitaba a almorzar no podían ser menos de tres los invitados ni más de nueve. Su sociedad no podía ser mayor que el número de las Musas ni menor que el de Las gracias. Luego de sus frugales comidas venía un ligero reposo y más tarde un paseo que duraba una hora o más, si el tiempo se lo permitía. Paseaba solo y lentamente. Los atardeceres estaban consagrados a la lectura y los crepúsculos, a la meditación. A las 10.P.m. finalizaba sus tareas, no infligiendo ese orden impuesto. Si en alguna ocasión debió romper esas reglas se prevenía para que no volviera a suceder. Era una existencia tremendamente regular, meditada en sus ínfimos detalles según sus propios cánones, desde el diario alimento hasta el color de su vestimenta diaria. Celibato Kant no tenía ninguna inclinación hacia el matrimonio. Se basta a sí mismo y, siendo un egocéntrico independiente, permaneció soltero. Más envejecía, más se a sus costumbres y ese sistema de vida era incompatible con una pareja. Pero le era agradable el trato femenino; la gracia y el encanto de las mujeres de la sociedad, aunque rechazaba a las eruditas. Aceptaba un matrimonio basado en la razón económica y hasta incluso lo aconsejaba a los jóvenes amigos, pero se disgustaba si veía el menor asomo de pasión. Sus ideas respecto al matrimonio eran sumamente materialista, prosaicas. Podemos echárselo al hombre, no al pensador. No veía nada de poético ni de sentimental en una boda de una pareja. (Recordar que Descartes, Spinoza, Leibniz, Miguel Ángel, da Vinci y Beethoven fueron amantes del celibato).
SUS PRINCIPIOS
La misma puntualidad que regía sus días también regía sus trabajos. Formaba un plan y reflexionaba sobre él en sus solitarios paseos. Los anotaba y los estudiaba en sus mínimos detalles. Antes de comenzar una obra, el manuscrito estaba listo íntegramente. Analizaba lo más profundamente posible los conocimientos del individuo, no dejando nada librado al libre albedrío. Sin prejuicios, pero de sobria moralidad inquebrantable, rechazaba las meras apariencias, siendo incondicional de la Verdad. Era un sentimiento innato en él, formando el núcleo de su personalidad. Evitaba toda clase de engaños e ilusiones. Vivía en un continuo examen de conciencia; juzgaba sin artilugios conceptuales. Desnudaba las cosas y-si bien admite la sátira- rechaza la retórica por considerarla un juego de ingenio pleno de sintagmas artificiales. Nada sabía sorprenderlo, si a veces convencerlo. Su estilo era austero como su modo de pensar, siempre profundo, en ocasiones denso (utilizaba los paréntesis en un mismo período sintagmático, difíciles en una primera lectura). Para comprender era indispensable seguir el riguroso método cartesiano; dividiendo lo complejo, tomando por separada cada proposición para luego unirlas, cuando todas las dificultades habían sido aclaradas. La pesadez del estilo se observa en los temas profundos, donde no deseaba omitir nada. Cuando el objeto tratado se lo permitía, escribía en un estilo ágil y de fácil comprensión.
ENFERMEDAD Y ANCIANIDAD
Experimentó todos los achaques de la senectud. Tenía 69 años cuando escribió lo siguiente. "Según la Biblia dura nuestra vida 70 años y -cuando uno lo sobrepasa llegando a los 80, si tiene algún valor sólo es el de la pena y el trabajo-." No cumplió los 80 años. Sufrió un ataque del cual se repuso durante unos pocos meses, pero las fuerzas lo iban abandonando. No podía ni escribir su nombre y olvidaba lo escrito. Las imágenes se borraban de su espíritu y ya no conocía ni a sus íntimos. Su cuerpo, al que había apodado con ironía "su pobreza" estaba seco y mustio.
Harto y fatigado de la vida, la muerte lo alejó de tan lastimoso estado un 12 de febrero de 1804. En suma, fue un individuo profundo, sencillo, obsesivo y recto, económico y detallista, independiente en sus juicios certeros, leal, honesto, ordenado y solitario; este altruista pequeño burgués alemán fue un ideal universal para todas las generaciones posteriores y para el ser humano en general.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)