Federico
Guillermo IV murió loco: su hermano, Guillermo, hermano de Federico Guillermo, casado
con la princesa inglesa Augusta, fue el primer
Emperador Alemán. Antes era rey de Prusia.
Su hijo,
Federico, casado con Victoria, hija mayor de la reina Victoria, estaba enfermo y reinó muy poco
tiempo.
Su hijo,
Guillermo II lo sucedió.
Durante ocho décadas, este luchador fue blanco del odio de los partidos políticos. Encarnó el destino
de los alemanes y a quienes llamó a unirse como país para
independizarse de Austria, lo cual trajo problemas con Rusia, Francia y Gran
Bretaña, que no aceptaban fácilmente el nacimiento de otra gran potencia.
A los principados y ducados -independientes entre sí- los
convirtió en una nación, eligiendo al Rey de Prusia como Emperador de Alemania.
Hasta los treinta años no hizo nada importante, pero desde esa fecha nadie pudo
detenerlo. Fue el Canciller de Hierro, obtuvo el título de conde, luego de duque para pasar a ser Príncipe de Sajonia y Pomeramia.
Los abuelos paternos fueron caballeros; disponían de una
infinidad de criados para labrar la tierra. En la iglesia tenían un sitio
especial para sentarse, como Señores feudales ilustres. Sus antepasados eran
terratenientes no adictos a la Corte.
Su padre deseaba una vida en paz; su madre, en cambio, le
gustaba triunfar en los salones; heredó de su madre una aguda inteligencia y el
deseo de poder. Era culta, poseía
ingenio, era una dama fría, de la cual no recibió mayor cariño ni educación.
Su padre era noble; la madre, en cambio era de origen plebeyo.
No le gustaba la afinidad hacia la nobleza de su hijo ni su orgullo. Entre los
ocho y los trece años estuvo en un
Instituto interno, sintiéndose un
extraño en su hogar. Pasó malos momentos en el internado; se comía carne y pan duro; era un régimen espartano;
llevaban ropas livianas en invierno y los
despertaban con golpes de florete. Se levantaban a las 5 ½: los trataban como
reclutas. Los profesores sentían hostilidad por la nobleza y debió
soportar humillaciones que dio lugar a
su odio por las ideas liberales. Denominó esa época como “vida de presidio”.
Pasó varios veranos en Berlín, porque su madre partía en julio
para sus baños termales. El egoísmo maternal atentó contra la economía, obligando a la familia a trasladarse a Berlín en los
inviernos, no con el lujo que ella pretendía.
De los doce a los diez y siete fue alumno del Monasterio para
estudios superiores. El odio a la burguesía ilustrada, inculcada a los hijos de
la nobleza, despertó en él sus ideas
aristocráticas.
El invierno lo pasaba en Berlín; los veranos, su hermano mayor y
él se quedaban con un profesor particular y un criado. Desde los siete a los diez y nueve años no tuvo, fuera
de su progenitor, nadie a quien amar.
El padre no era cristiano; la madre era una teósofa, creyente de
la teoría de Mesmer, aunque ninguno concurría a la iglesia.
Era de carácter altivo y terco; sobresalía en alemán. Siempre le
gustó dormir y se sentía despejado recién pasado el mediodía, una característica
de los neuróticos, que siguió practicando a lo largo de toda su vida, como un
hábito natural.
Malvinas, su hermana doce años menor, lograron alegrar su vida
triste. Era la favorita de los padres y un juguete para sus hermanos mayores.
Desde los quince, se le permitió pasar los veranos en la mansión
campestre junto a su familia. Flirteó con una granjera y una institutriz. Desarrolló
ideas nihilistas en su adolescencia y de este escepticismo nació su política de
breve duración. Muere Goethe y termina su formación. Siempre fue
monárquico; todo aquél que se resistía al Emperador le caía antipático: el
ideal de la burguesía era servir al Rey y a su espada. Poseía un innato
orgullo, herencia de su padre y amaba cazar.
Educado sin fe, escéptico por naturaleza, no reconocía un poder
superior. No se ocupaba de Dios aunque tampoco negaba su existencia. Ya casado, cambió algunas actitudes respecto a
la religión pero sólo cuando sus hijos enfermaban.
Morley y el conde Keyserling
eran sus amigos. Estudió Derecho, que lo formó para ser diplomático. La
madre quería que fuera importante para conservar la misma posición de su padre.
Hasta los veinte años condenaba el duelo, era indiferente a la
política, no tenía interés por seguir una carrera militar y defendía el honor de Prusia con ardor, pero
estaba indeciso sobre su futuro. Bebía y comía en exceso y en el juego contraía
deudas. Nunca fue vencido en natación. Era maestro de equitación y de esgrima.
Estaba convencido de que la unión de Alemania se solucionaría al
cumplir los veinticinco años, (se
equivocó por trece años). Tuvo varias novias, siempre manifestando un cierto
horror hacia el casamiento. Se enamoraba perdidamente. No le gustaba ni le
interesaba estudiar.
A los veintiuno vivía con
su padre en Shöenhausen, una mansión con treinta cuartos -sólo dos con chimenea- con jirones de damasco en los tapices. La casa era
cuidada por una vieja ama de llaves: en los años que pasó en el campo, leyó
mucha historia de Inglaterra, sociología y, en literatura, a Shakespeare y a
Byron en inglés. Leyó la ética de Spinoza y a
Voltaire.
Hasta los veinticinco le gustó convertirse en un agricultor; se
ocupaba de la contabilidad, cabalgaba,
cazaba patos. Desterró el cinismo; se
calmó. Pasó los exámenes con altas notas y se fue luego a la frontera donde
malgastó el dinero. Un conde lo ayudó dándole un puesto de asesor. Empezó su carrera
diplomática; le era totalmente igual ser enviado a San Petesburgo o a Río de
Janeiro. Le gustaba cabalgar con jóvenes inglesas; se enamoró perdidamente de
Laura. Seguía jugando y llenándose de deudas.
Hacía dos años que no visitaba a sus padres; éste se negó a
saldar sus deudas. Su madre estaba furiosa. Durante seis meses siguió a Laura, que terminó por dejarlo por un hombre
más rico. Pobre, enfermo, sin su amor, regresó a Pomeramia; entró en las
oficinas de Potsdam, bajo el amparo de una importante protección, pero con la
condición de que su padre pagara sus deudas; éste pasaba por una situación
complicada; no duró mucho tiempo; a los tres meses se fue sin despedirse. A su madre enferma le detectaron un cáncer y se sometió a un
tratamiento. Su hijo la visitaba.
A los veintitrés deseaba liberarse del servicio militar. Inventó
una lesión para no ser soldado: no aceptaba ser subordinado por nadie y siempre
discutía con sus superiores.
El padre estaba arruinado; la madre enferma y los dos hijos
cumpliendo el servicio militar sin ganar
dinero; éstos - luego del servicio- trabajaron en el campo para salvar a la
familia de la bancarrota. El padre se quedó en Shöenhausen y les cedió las
otras fincas. Muere su madre.
Habla de la política con desprecio. Tiene ya veintiocho años; se compromete por tercera vez con Otilia. Los padre de ella se oponían; la hija renunció a esta relación con una carta de despedida.
Viajó a Inglaterra, a Escocia, a Suiza. Regresó disgustado. Alemania
estaba estancada; Los otros países tenían más vida. Uno de sus amigos se
enamora de Malvina, de diez y siete años.
A los setenta y tres años su padre se quejaba
de sentirse anciano y sordo; temía morirse y deseaba volver a verlo.
A los treinta vivió cinco años en el campo. Se tornó melancólico; vegetaba y se aburría. Pasó largos meses con su padre; su
vida le resultaba tediosa. Solicitó un empleo del Estado pero a las dos semanas
no soportó la oficina y regresó.
Su deseo era ser miembro
del Parlamento, De quinientos hombres sólo tomaban conservadores que no
eran partidarios de una Alemania unida. Él quería terminar con las provincias
confederadas.
Bismarck sentía simpatía por el rey, ya anciano, que estaba en
contra de los liberales-
Llegó al Parlamento.
Tenía una prestancia noble, no era afectado, de fáciles gustos, aspecto
resuelto y enorme energía. Rostro fresco que denotaba salud con una cierta sonrisa burlona. Poseía una voz clara y
sonora, de tono bajo. Tuvo
problemas, cometió errores pero mostraba
ser un luchador.
Federico Guillermo había perjudicado al país; veinte años más
tarde fue declarado mentalmente enfermo. Era soberbio y testarudo y se creía
capaz de gobernar solo. Murió demente.
Bismarck se casó con su
última novia y pasó unos meses calmos con su joven mujer.
1848
Bismarck huyó de Berlín cuando estalló la revolución.
París expulsó al rey declarando la república. Alemania deseaba algo
similar. Los ministros fueron sustituidos por los liberales; ese año
el pueblo salió a la calle y el rey ordenó la retirada; prohibió la toma de
Berlín. Bismarck actuó por su cuenta; el Rey y su hermano estaban en peligro de
perder el poder. Augusta no le perdonó jamás su lealtad hacia el monarca, cuando se opuso a destronarlo.
Así finalizó la contrarrevolución.
En Sajonia lo esperaba una nueva vida. Comprendió tarde el
engaño de los cortesanos. El gobierno quiso
que los nobles pagaran impuestos –como pasaba en otros países- pero su
ministro aconsejó prudencia.
A los dos meses,
Guillermo I regresó. Nunca deseó ser rey. Al destronar a su hermano mayo
loco, lo tomó como una carga penosa; aceptó la corona imperial, ofrecida por la
nobleza. Todos querían la unidad alemana
pero con otra Constitución, sin incluir a Austria: de lo contrario preferían
que Prusia siguiera siendo Prusia.
Días después, Bismarck pronunció
un discurso en el Parlamento, defendiendo la nobleza prusiana y firmó con la partícula “Von”, signo de
nobles, junto a su apellido pues era noble de herencia y deseaba sacar partido
de esa situación.
Entre los treinta y tres y treinta y seis trabajó en el
Parlamento; quería ser reconocido por los hechos. Tenía una salud pletórica,
pese a comer y beber en exceso. Todo en él era exagerado; daba paseos intensos,
galopaba durantes horas y necesitaba mucho sueño para no despertar de mal humor.
En ocasiones llegó a dormir catorce horas seguidas.
En Berlín vivía solo; le
era fiel a su mujer y le escribía cartas tiernas. Juana tuvo una niña. Bismarck
temía que enfermara; era un tirano
cariñoso. Al tercer año de casados nació
Herbert. Vivían con lo justo. Cuando visitaba a su mujer e hijos, era feliz unos
días. Fumaba, leía, paseaba por el campo, se comportaba como un buen padre de
familia; jugaba con su perra, contemplaba los surcos de los trigos y veía
crecer el nuevo bosque plantado. Pero al
tercer día se aburría. Todo lo disgustaba y se sentía desgraciado. Sentía miedo
de esa vida aislada y retraída. Era feliz pero como buen neurótico con el
eterno miedo a perderla; se aferraba a su familia.
La confederación alemana estaba custodiada bajo la vigilancia de
Metternich Desde la guerra de La Independencia los
alemanes ardían a escondidas.
Federico IV rechazó la herencia
del título. Austria no estaba de acuerdo e impuso el sistema vienés, lo
cual enojó al pueblo y se cerró el Parlamento para asegurar la paz. Austria era
una potencia germana que reinaba sobre diferentes pueblos de idiomas diversos,
sometidos por las armas. Prusia, líder de la confederación, a la cual Hesse
pertenecía, protestó; existía la amenaza de una guerra y Prusia se identificó
con la libertad, momento deseado por los estados alemanes. Austria y Baviera
estaban preparados para atacar a Prusia, pero Alemania quería su soberanía y poner fin a la confederación.
Bismarck fue llamado urgentemente, como diputado y oficial de
Reserva Nacional. Fue al Ministerio de Guerra, donde notó que las tropas
estaban esparcidas y que, si estallaba una guerra, deberían abandonar Berlín a
Austria. Prefirió la moderación, pues necesitaba tiempo y deseaba la paz. Setenta millones de alemanes dependían de las
intrigas políticas. La guerra era un desatino; perderían tierras y cientos de
miles de hombres. Aceptaba enfrentarse a Austria, pero su objetivo era la unión
alemana. Presionado por Rusia, se decidió la paz. El joven emperador de
Austria, Francisco José, logró el apoyo
de los rusos, no el de Prusia.
Los prusianos estaban furiosos; Bismarck, en el más importante
discurso como diputado, los convenció que se debía ir a la guerra bien mejor
armados. Tenía treinta y cinco años.
Defendió la sumisión de Prusia, ocultando sus ideas sobre una lejana guerra
contra Austria. Quería poder para él y luego servir a su patria. Se lo designó
diplomático, representante de la dieta de la unión para trabajar junto a
Austria. Le ofrecieron un ministerio que rechazó. Se quedó en Berlín.
Frecuentaba poco sus propiedades, porque le resultaba insoportable la soledad
(Juana estaba en Reinfeld, en casa de sus padres), En 1851 fue enviado a
Francfort con un sueldo que no le dejaba esperanza de vivir con su familia;
Juana se queja; él la consuela con sus cartas, pero le escribe que sólo podrán
reunirse en los pocos días de vacaciones; siente temor que el rey no lo nombre
embajador, como se lo había prometido, cuando presionó sobre Austria.
A los treinta y seis años, llevaba una vida con mayores lujos,
vivía en una casa y tenía un cocinero francés. Rodeado de su familia, leía una
cantidad exorbitante de diarios y a la noche se vestían de gala pues llevaban una vida social intensa, regresando a
medianoche. Leía siempre antes de acostarse. La vida social le agradaba pero le molestaba
salir todas las noches.
En su casa prefiere la comodidad al orden y la etiqueta. Son
buenos anfitriones en cuanto a las comidas y bebidas (cerveza negra y
champagne). Se fumaba, se tocaba el piano, se tiraba el blanco en el jardín.
Solía quedarse en bata de dormir hasta el mediodía pero para salir se vestía con
trajes de calidad con las mejores camisas.
Entre los treinta y siete y los cuarenta y ocho años su energía
mermó y se volvió más nervioso a causa de los conflictos en Prusia que no podía
solucionar. Le inquietaba las grandes
potencias, Francia, Inglaterra y Rusia y sobre todo Austria, el gran enemigo.
La unión Aduanera era un ítem de discordia, el punto para
alcanzar a ser un imperio alemán y el
más fuerte vínculo entre Prusia y los estados confederados. Austria deseaba destruirlo para anular las
consecuencias políticas. Tuvo éxito en prorrogar la ley sin dejar entrar a
Austria. El Emperador Francisco José siguió sin encontrar eco en Berlín y se quejó
del repentino cambio sobre sus decisiones.
Bismarck viajaba entre Francfort y Berlín continuamente. Se respetaban sus ideas. En la
corte de Francfort lo mimaron, lo adularon, pero siempre tuvo en cuenta que el
favor se puede perder fácilmente.
El Zar Nicolás II era el hombre más poderoso de Europa. Su
imperio abarcaba regiones inmensas. En
Rusia existía aún la esclavitud.
Cuando estalló la revolución húngara, el zar ayudó a Francisco
José con un ejército que terminó con la rebelión, pero dejó a Austria como un
mero vasallo. Llegó el momento de repartir Turquía pero en Francia, Napoleón
III no quería abandonar la llave del Santo Sepulcro. De estas veleidades
dependía el destino europeo. La guerra entre Francia, Inglaterra y Turquía era
inminente. Austria temía que Rusia se extendiera hacia los Balcanes con el fin de
unirse a los aliados occidentales. Los países liberales estaban con Occidente.
En marzo, la crisis llegó al punto álgido.
Bismarck se opuso a la guerra. No tenía motivos ni dejaría
ninguna recompensa. “Sólo despertaría deseos de venganza en un pueblo que sería
vencido en la frontera”. El rey estaba furioso con esta respuesta; Bismarck intuía que la reina Augusta era quien hablaba por boca del rey, pues tenía una fobia total contra lo rusos. Era la segunda
vez que el rey y el ministro se
enfrentaban como enemigos.
La victoria en Crimea lo
reconoció como estadista europeo. Prusia tenía una flota que resistía las tormentas
y no quería cooperar con la flota austriaca en mal estado. Alemania debía
ayudar al Imperio austro-húngaro únicamente para su propio beneficio. Guillermo
I dudaba. Bismark marchó a París,
pues percibió que unido a Napoleón III podría generar algún cambio.
Después de la paz en Crimea 1867-68 Napoleón III se transformó
en árbitro de Europa pero Francia nunca fue un país que le inspirara simpatía Austria
halagaba a Francia con regalos. El canciller
temía que Rusia quedara aislada y
pudiera ser aplastada: necesitaba una alianza con París. El rey en
Prusia lo encontraba insensato. Bismarck
sabe que Alemania necesita expandirse, apoderarse en el norte de Hannover, de Schleswig y Holstein
para llegar a ser una potencia marítima
y, unida a Francia, podría mantener en jaque a la flota inglesa, si surgía
un problema en Austria, por causa de tierras en Italia. Fue una entrevista que
se mantuvo en secreto. El canciller aconsejó invitar al Emperador Napoleón a Alemania.
Cuando el rey le otorgó un puesto vitalicio en la alta Cámara, que lo
beneficiaba cerca del gobierno, anheló poder influir
con sus ideas, pero pronto renunció y no aceptó la reelección. Está en contra
de toda rebelión. (cont)Bismarck