R Memorias de Napoleón , escritas desde Santa Helena.
Ah Doctor, -decía Napoleón, a
principio de octubre de 1819- ¿dónde está el bello cielo de Córcega? Se
detuvo unos instantes y continuó: La suerte no me permitió que inspeccionase
esos sitios que me recordaban a mi infancia. Si hubiera querido, habría podido
reservarme la soberanía. Una intriga, un cambio de humor cambió también mi elección;
preferí la isla de Elba. Si hubiera seguido mi primer impulso, me habría
retirado a Ajaccio y quizá no hubiera pensado en retomar el poder. No hubiera
sido tan vulnerable sobre este punto. Si uno no se juega con la
palabra prometida, no estaría aquí. Pensé refugiarme en 1815; estaba seguro de
reunir las opiniones, todos los votos, todos los esfuerzos. Me encontraba capaz
de enfrentar el mal de ojo de los aliados. Usted bien conocen los
habitantes de nuestras montañas, su energía, su constancia, su coraje y con qué
alma noble y orgullosa enfrenta al enemigo.
Las islas tienen su defensa;
los vientos, la distancia, las dificultades y el abordaje debilitan la
agresión. El pueblo me hubiera tendido los brazos, como mi propia
familia, bien dispuesto los corazones ¿De verdad creía que treinta,
cuarenta, cincuenta mil coaliciones habrían podido someternos? ¿Lo habrían
siquiera intentado? ¿Qué soberano se hubiera comprometido en una plaza donde
tenían todo para perder y nada para ganar? Pero, repito, el pueblo era mío;
desde mi tierna juventud tuve un nombre y la influencia de Córcega. Las
montañas escarpadas, los profundos valles, los torrentes, los precipicios no
representaban ningún peligro para mí. Los atravesaba de un extremo al otro
sin encontrar resistencia. Un insulto me enseñó que mi
confianza estaba mal fundada en Bognano (debe ser en la Academia militar)
donde los odios y venganzas se extienden al máximo y dónde se evaluaba la
dote de un joven por el parentesco de ser primos.
Yo fui bienvenido; se sacrificaron
por mí, no era el sentimiento de un pueblo que me inquietaba; sabía que todos
los brazos me eran devotos, pero se dijo que yo me alejaba, que llegaba
al puerto, mientras todos perecían. No quise encontrar un refugio en medio del
naufragio de tantos hombres valientes.
Resolví retirarme a América,
pero me incliné sobre Inglaterra, porque estaba lejos de preveer
su miserable hospitalidad. Una consideración me detuvo: una vez en
Córcega, no temí la salida por las armas; hubiera estado en el centro del
Mediterráneo: Francia e Italia hubieran tenido la mirada en mí y la
efervescencia no se habría calmado. Para asegurar su reposo, los
soberanos habrían necesitado acudir a mí. La isla habría sido diezmada por la
guerra. No quería que ella me reprochara su desgracia. Abdicar a favor de mi
hijo no era una utopía; deseaba que fuera más segura, con mayores ventajas para
la nación; creía que paralizaría con ello el efecto negativo.
Ah, doctor, qué recuerdos
Córcega me dejó. Gozo todavía de sus paisajes, de sus
montañas. Tengo locura, lo reconozco, por el perfume que exhala.
Quería mejorarla, hacerla feliz, hacer todo por ella; el resto de Francia no
habría aprobado mi predilección. Pero los reveses llegaron y no pude efectuar
mis proyectos ni mis planes. Pese a ser montañosa, tiene escasa agua pues
no tiene ríos; fue un obstáculo, aunque la excelencia de su suelo y las
disposiciones locales podrían haberlas remediado.
Las salinas, cerca de
Ajaccio, son limpias; se cultiva el café y la caña de azúcar y me
proponía sacarle provecho. Quería favorecer la industria, las ciencias y
las artes. Decidí darle facilidades a los ciudadanos, aumentar la
población con familias extranjeras, en una palabra hacer que la isla pudiera
autoabastecerse para ser independiente de los mercados del Continente. Habría
adoptado un plan de fortificaciones, meditado largamente para que fuera
inexpugnable. Saint Florete es una de las islas más favorables al
comercio; cerca de Francia y en el confín de Italia, sus puertos pueden
recibir considerables flotas; son seguros, cómodos y la hubiera declarado una
fortaleza; hubiera tenido constantemente vasallos en guardia. Estos
eran mis planes concebidos, pero mis enemigos lograron dilapidar mi vida en las
batallas; me convirtieron en un guerrero a un hombre que deseaba respirar
la paz.?? Los pueblos fueron engañados por las estrategias;
todo terminó pero, si no pude ejecutar el proyecto para Córcega, tuve por
lo menos la satisfacción de hacer algo por Ajaccio; el puerto es pequeño
aunque muy bien situado. ¡La patria! ¡La patria! Si Santa Helena fuera Francia,
me hubiera gustado hacer algo por esta horrible roca.
Era un gran hombre Paoli; me
quería y yo también: nos quería a todos. Estábamos en Corte, cuando tomó la
funesta resolución de traspasar Córcega, bajo el dominio de los ingleses. Al
principio fue todo un misterio. Gentile tampoco me lo dijo. Unas pocas palabras
perdidas me hicieron despertar. Recapitulé sobre lo visto y oído; no dudé de
sus planes: estaba lejos del informe. Varias veces me expliqué de forma
indirecta.
Yo gobernaba un
regimiento de guardia nacional; esperaba triunfar sobre mis ideas,
sobre mi antipatía; me propusieron actuar con ellos. No estuve atento; estaba
anonadado por Francia; no quería debutar traicionándola, pero debí
escapar, ganar tiempo: pedí reflexionar.
La amistad de Paoli me
era cara; me costaba romper con él, aunque la patria era mi estrella polar. Me
alejé, me escapé. Fui recibido por los montañeses, puesto en prisión por
cuarenta hombres: la posición era crítica; encontré el modo de salir; conversé
con el capitán que me llenaba de loas y se arrepentía de estar obligado a
obedecer. Me invitó a tomar aire fresco; acepté; envié a mi lacayo a esperarme
a quinientos o seiscientos pasos, en la ruta y súbitamente
tuve que ir al baño. Mi carcelero me creyó y se alejó. Estaba sobre mi
caballo cuando se dio cuenta. Gritó, llamó a la guardia pero el viento se
lo impidió; estaba fuera de su alcance, antes de que disparara.
Llegué a Ajaccio; los
montañeses estaban tras mis huellas; pedí asilo a los amigos. Barberi me
recibió y me condujo a la costa de donde partiría a Calvi para reunirme con
Lacombe en Saint Michel. Escapé de las postas, de la policía que no pudo
amarrarme. Paoli estaba desolado. Escribió, se quejó, amenazó.
Traicionamos sus intereses, los de nuestra patria; mis hermanos y yo no
merecíamos los sentimientos que le inspirábamos; podíamos regresar, porque nos
tendían los brazos pero éramos insensibles a sus consejos y a su ofrecimiento.
La ejecución fue tan ligera que la respuesta pareció orgullosa. Bajó las manos
frente a nuestra tropa, pilló, quemó nuestras propiedades, socavó todo.
Nosotros lo dejamos hacer, inflamamos a los patriotas y corrimos en busca de
socorro, pero la ciudad estaba ocupada. No pudimos desembarcar. Nos
fuimos mojados, frente al Norte del Golfo. Los rebeldes
nos seguían; tuve tiempo de poner algunas piezas en el suelo; las cubrí de
metrallas. Regresaron, sin embargo, me llenaron de reproches, se indignaron que
uno de los suyos combatiera por Francia. Estaban subidos a los árboles
para que los escucharan mejor; uno de los oradores estaba inclinado sobre
una rama. Corté la rama, cayó; su caída alegró a la muchedumbre. Se dispersó y
no lo vimos más. Llegamos a Calvi. Intentamos todavía algunos puñetazos que nos
dieron ventaja; pero los ingleses habían desembarcado, los montañeses inundaban
la llanura; no pudimos enfrentar la tormenta.
Mi madre llegó a Marsella.
Creía encontrar el patriotismo, una acogida digna de los sacrificios que
hicimos y obtuvo apenas seguridad. Todo fracasó; mi presencia no servía para
nada; dejé Córcega y me fui a París.
Los federales venían de
liberar Toulon. El futuro era un gran acontecimiento. No desesperaba de
ver abrirse alguno que restableciese nuestros asunto; lo necesitaban; los
montañeses los habían arruinados, estaban para siempre perdidos sin la
Revolución.
El mal que nos había
hecho Paoli nos había distanciado. Lo quería y me arrepentí siempre. Era
grande, tenía una actitud noble y fiera, conocía a los corsos y tenía sobre ellos
una influencia ilimitada. Tan hábil al mirar la importancia de una
posición como una medida administrativa; peleaba y gobernaba con sagacidad, con
un tacto que no había visto jamás. Lo acompañaba en las compras durante la
guerra de la libertad. Me explicaba, recorriendo el camino, las ventajas del
terreno que recorríamos, el modo de sacar partido, como remediar los
accidentes que se presentaban. Recuerdo un día que íbamos a Pontecorvo, a
la cabeza de un ejército numeroso.
Le hice ciertas observaciones
sobre sus ideas. Me escuchó con mucha atención y mirándome fijamente me dijo:
“Oh, Napoleón, no eres de este siglo; tus sentimiento son del tiempo de
Plutarco. ¡Coraje! tú tomarás el camino”. Lo tomé por cierto, aunque a
él le cambió la suerte: se refugió en Inglaterra, donde viviría en la
época de las expediciones a Italia y a Egipto. Mis victorias lo
transportaban; las celebraba, exaltaba mi éxito: parecía que viviéramos en la
intimidad pasada. Cuando llegué al consulado y logré el Imperio, fue aún más
demostrativo: las fiestas se sucedían en su casa. Eran gritos de alegría y
satisfacción. Ese entusiasmo no le gustó a los ministros ingleses y se lo
reprocharon: “vuestros reproches son injustos”, les dijo. Napoleón es uno de
los míos; lo vi crecer y predije su éxito. Esperan que desprecie su gloria, que
abandone a mi país del honor que él les ofrece? Sentí lo mismo por él.
Quería hacerlo regresar, darle parte del poder, pero mis problemas me agobiaban
y el tiempo me faltaba. Murió. No tuve la satisfacción de rendirle tributo de
la grandeza que me rodeaba.
Dictado por el Emperador en
agosto 1515 a bordo del Nortumberland, que lo conducía a Santa
Helena.
En 1783 fue uno de aquellos
que un concurso designaba en ese lugar para finalizar su educación en la escuela
de París. La elección anual era hecha por un inspector que recorría las
doce escuelas militares. Ese empleo lo llevó de cabo a general del actual rey de Baviera. Maximiliano, un
anciano amable y correcto en sus funciones; amaba a los niños y sentía un afecto particular por
el joven Bonaparte, que joven sobresalía en Matemáticas y lo monjes
pensaban que sería mejor esperar un año para tener el tiempo de progresar en
las otras materias: él no aceptó diciendo; “Sé lo que hago; si paso por encima
de la regla no es por un favor a la familia; no la conozco; es por él mismo;
percibo una chispa que no podríamos cultivar aquí. Aunque no tenía la edad
suficiente, lo envió a París. Todo anunciaba desde ese momento las cualidades
superiores, un carácter fuerte, ideas profundas. Desde su más tierna infancia,
sus padres habían puesto en él todas sus esperanzas; al morir su padre, José,
hermano mayor contó que en su delirio soñaba con Napoleón, que estaba muy
lejos, en el colegio. Lo llamaba sin cesar para que acudiera a ayudarlo
con su gran espada. Más tarde, un tío anciano en su lecho de muerte, le dijo
estas palabras a José.” Eres el mayor de la familia pero aquí el jefe es él,
señalando a Napoleón: no lo olvides jamás.”
La
toma de Toulon fue el inicio de su reputación; el recuerdo de este primer
triunfo quedó siempre presente y le gustaba recordarlo. (He aquí una parte del relato
que se escribió a principio de septiembre de 1815, a bordo del
Northumberland hacia Sta Helena).
Cuando llegó a Toulon, C
pensó que una persona muy ignorante estaba al mando; este hombre
soberbio le pidió sus credenciales. Napoleón le presentó humildemente su
carta donde le encargaban quedar bajo sus órdenes para dirigir las operaciones
de artillería.
_Es inútil, dijo el hombre,
acariciando su bigote. No tenemos necesidad de nada para retomar Toulon. Sin
embargo, sea bienvenido. Usted tendrá su parte en la gloria del incendio
mañana, sin tener que fatigarse, y lo invitó a cenar. Se sentaron tres a la
mesa; el general fue servido como un príncipe; el resto se murió de hambre, lo
que chocó en tiempos de igualdad a los recién venidos…
Napoleón, juzgando desde ese
instante las falencias y circunstancias de alrededor, se levantó, interpeló a
los representantes, tomó la dirección del sitio que comandó como un maestro.
C limitado, no podía comprender qué y cómo se debía atacar.
Napoleón y Lowe en
Santa Helena
Existe un coraje moral tan
necesario como el coraje en el campo de batalla. Lowe no la tuvo con
nosotros, soñando con nuestra posible huida, en vez de emplear los únicos
medios sabios y razonables para impedirla. Mi cuerpo está en mano de
estos inservibles, aunque mi alma se siente tan orgullosa, tan independiente
como a la cabeza de cuatrocientos mil hombres o sobre el trono, cuando nombraba
reyes. Lowe hizo reclamos para
reducir los gastos y le pidió prestado dinero al emperador que respondió; todos
estos detalles me son punibles, poco nobles; me podrá poner sobre carbones
ardiendo que no le daré el oro que no tengo. Quién le pide algo? Quién le
pide que me alimente? Cuando disminuyan las provisiones, si tengo hambre estos
soldados valientes que aquí ve (señalando con su mano) tendrán piedad de mí, me
sentaré a su mesa, no me rechazarán, estoy seguro, al primero, al más viejo
soldado de Europa.
.-.-.-.-.-.-.
Napoleón, habiéndoles
reprochado al gobernador de haberse quedado con algunas obras enviadas, éste le
respondió que venían a nombre del emperador.
_Y quién le dio el derecho de
disputarme el título? En pocos años usted y todos los demás estarán amortajados
en el polvo del olvido. Si conocerán sus nombres será por las iniquidades que
han ejercido conmigo, mientras que yo seré siempre el tema, el adorno de la
historia y la estrella de los pueblos civilizados. Vuestros libelos no pueden
nada en mi contra. La verdad penetra las nubes, brilla como el sol y es
imperecedera.
Napoleón pedagogo
Se ocupaba de la futura
educación del rey de Roma y soñaba con establecer un instituto, donde habría
reunido todos los príncipes de las casas imperiales, sobre todo aquéllas ramas
que había puesto sobre tronos extranjeros al cuidado de una educación
particular con todas las ventajas de una educación global.
Destinados a ocupar
diferentes países y a reinar en diferentes naciones, estos niños hubieran
adquirido principios comunes, hábitos similares, ideas parecidas, lo cual
mejoraría la fusión y la uniformidad de las partes federativas del imperio.
Cada príncipe traería diez o dos nobles de su edad que habrían ejercido su
influjo a su regreso. No dudo que otros príncipes de otras dinastías
extranjeras a mi familia me habrían solicitado como un enorme favor el admitir
a sus hijos. Y qué beneficio hubiera resultado para el bienestar de los pueblos
unidos en Europa.
Todos estos príncipes estarían
juntos desde la infancia y separados del influjo nefasto de las pasiones
heredadas: el ardor de las preferencias, la ambición del éxito, los celos del
amor.
LOS TESOROS DE NAPOLEÓN
Quieren conocer mis tesoros?
Dicen que son inmensos. Sí, es cierto, pero están expuestos en pleno día. Aquí
están. las bellas fuentes d´ Anvers, las de Flessinque, capaz de contener los
numerosos escardres y preservarlos de los hielos del mar; las obras
hidráulicas de Dunkerque, del Havre, de Niza; el gigantesco bassin de
Cherbourg; las obras marítimas de Venecia, las rutas d´Anvers a Amsterdam, de
Moyence a Metz , de Bordeaux a Bayonne, los pasajes de Simplon de
mont Cenis , a mont Ginebra, de la Corniche, que se abren a
los Alpes en las cuatro direcciones; en todo esto la suma daría 800.000
millones. Estos pasajes sobrepasan en audacia y en grandeza y en esfuerzo a los
trabajos de los romanos.
Las rutas de los Pirineos a los
Alpes, de Parma a la Spezzia, de Savone al Piemonte; los puentes d´Iena,
d´Austerlitz , de las Artes, de Sèvres, de Tours, de Roanne, de Lyon, de Rutin,
d´Isère, de la Durance, de Bordeaux, de Rouen, etc. El canal que conecta
el Rin al Rhône por Doubs, uniendo los mares de Holanda y el
Mediterráneo, el que acopla l´Escaut a la Somme juntando Ámsterdam a
París; el que ensambla Rance a la Vilaine; el canal d´Arlès, el de Pavia,
el del Rin.
Los secados de los
pantanos de Bourgoin, de Cotentin y de Rochefort. El restablecimiento de la
mayoría de las iglesias demolidas durante la Revolución; la construcción
de las nuevas; la construcción de un gran número de establecimientos
industriales para terminar con los mendicantes. La edificación del Louvre, los
graneros públicos de la Banque, el canal de l´Ourcq; la distribución del
agua en París; las numerosas cloacas, las estaciones: el embellecimiento de los
monumentos de la París; los trabajos para embellecer también a Roma;
el restablecimiento de las manufacturas de Lyon; la creación de varios
centenares de manufacturas de algodón, de hilado y de telas que emplea a varios
millones de obreros; los fondos acumulados para crear más de cuatrocientas
manufacturas de azúcar, de berenjena para consumir en gran parte de
Francia que habría abastecido de azúcar al mismo precio que
en la India, con sólo haberla alentado durante cuatro años. La
sustitución del pastel al índigo que habría alcanzado un grado de perfección
similar a la de las colonias, para todos los objetos de arte; cincuenta
millones de empleados para embellecer los palacios reales en Francia, Holanda y
Turín; sesenta millones de muebles colocados en esos palacios de la nobleza;
sesenta millones de diamantes de la corona comprados con el dinero de
Napoleón: el “regente”, el único brillante que quedaba de la corona de Francia
rescatado de manos de los judíos en Berlín y tasado en 3 millones. El museo de
Napoleón, estimado en cuatro millones, solamente con adquisiciones
legítimamente compradas o con dinero o con tratados de paz, conocidos por
todo el mundo, cediendo territorios o contribuciones; varios millones gracias
al desarrollo de la agricultura, que es el mayor interés de Francia; la
institución de carreras de caballo; la introducción de merinos etc.
He aquí lo que forma un tesoro
de varios miles de millones que durará a través de los siglos.
EL PERRO DEL HERIDO
Napoleón en uno de sus
combates en Italia, atravesó tres o cuatro veces el campo de batalla donde no
aun no habían recogido a los muertos.
“Era un bello claro de luna y
en la profunda soledad de la noche, de repente un perro se abalanzó por encima
de la ropa de un cadáver y se lanzó sobre mí, pero regresó a su gîte dando
aullidos de dolor; lamía cada tanto la cara de su dueño y se lanzaba de nuevo
contra mí y mis acompañantes; era a la vez pedir socorro y busca
venganza. Nunca en ningún lugar un acto en sí me causó una
impresión similar. Este hombre muerto tal vez tenía amigos, tal vez aquí mismo,
en su regimiento, abandonado por todos, excepto por su perro. Qué lección la
naturaleza nos daba por intermedio de un animal. Lo que es el hombre y qué
misterio son sus impresiones. Yo ordené la batalla que debía decidir la
suerte del ejército; vi con mis ojos secos ejecutar los movimientos que
llevarían a la pérdida de un gran número de entre nosotros y ahora, me sentí
conmovido por los ladridos de dolor de un perro. Ciertamente, en ese momento
hubiera sido más amable con el ruedo del enemigo.
Recordaba a Aquiles, entregándole el cuerpo de Héctor, frente a las lágrimas de
Príamo.
EL VOCABULARIO DE María Luisa
Un día Napoleón, descontento
de un envío de Viena le dijo a la Emperatriz en su cólera y malhumor:
“vuestro padre es un ganache”.
María Luisa, ignorante de
muchos términos franceses, preguntó al primer cortesano qué significaba la
palabra. A esta pregunta inesperada, el cortesano respondió balbuceando que el
sentido era ser un hombre sabio, de peso, de buen consejo.
Días después, con la memoria
fresca aun de la nueva adquisición de su vocabulario, presidió el Consejo de
Estado y viendo que la discusión se animaba más de lo esperado, interrumpió
diciendo: Está en ustedes ponerle de acuerdo en esta ocasión importante;
ustedes serán nuestro oráculo, pero yo lo tengo por la primera y mejor ganache
del imperio.”
El emperador, al contarle la
anécdota se reía a las carcajadas. Ah, qué pena que no sea verdad! Vea usted el
conjunto: la pesadez de Cambacère, la hilaridad del Consejo y el embarazo de la
pobre María Luisa, aterrada con su éxito.
NAPOLEÓN EN EL TRABAJO
Vi al Emperador en el Consejo
de Estado tratar los asuntos durante ocho, nueve horas seguidas y levantar la
sesión con las ideas tan claras, la cabeza tan fresca como al comienzo. La vi
leer en Santa Helena durante diez, doce horas seguidas, sin parecer en ningún
momento fatigado. A sus colaboradores les costaba muchísimo seguirle el
ritmo.
Napoleón tuvo
siempre estima por D… sobre todo durante la campaña de Rusia y repetía a menudo
que en al trabajo de buey unía el coraje de un león.
El trabajo era su elemento;
había siempre llenado todos sus instantes tan bien que, cuando fue ministro
secretario del Estado alguien quejándose de la inmensidad de trabajo que
lo absorbía, le respondió: al contrario, es divertido; es desde mis nuevas
funciones que me parece no tener nada que hacer. Pero una vez se tuvo que
rendir. El Emperador le pidió pasada la medianoche de trabajar. Daru estaba tan
agotado que apenas sabía lo que escribía. La naturaleza lo pudo y se durmió
sobre el papel. Después de un sueño profundo abrió los ojos y vio al emperador
tranquilamente a su lado. Por las velas consumidas le mostraron que su sueño
había sido prolongado. Aterrado, confundido, sus miradas se encontraron y
Napoleón le dijo; Y bien, sí señor, estoy haciendo su trabajo, ya que Usted no
lo quiso hacer. Pensé que había cenado bien y pasado una tarde agradable.
_Ah, Sire, le respondió Daru.
Hace varias noches que paso trabajando y su Majestad ha sido testigo de
la triste consecuencia que me aflige...
Por qué me dice eso? No deseo
matarlo. Vaya a acostarse; buenas noches.
Podemos reprochar la
anécdota, según las Memorias del Consejo de Estado, donde Daru, como muchos
otros, supo sostener firmemente su opinión.
Gassendi, el general de
artillería, encargado de la división de la administración bélica ,
apoyaba un día su opinión sobre razonamientos en las doctrinas de los
economistas. Napoléon que los detestaba lo interrumpió diciendo fuerte:
_Pero general, que lo
hizo tan sabio? De dónde fue a desterrar esos principios?
_ A su lado, su Majestad.
Vayas, vaya, mi querido
general; se habrá dormido en su escritorio y debe haber soñado todo esto en el
sillón.
Éste, de temperamento
agudo le replicó al instante: _ Por Dios, sí, dormirme en los sillones; sería un
marmota, gracias al trabajo y al tormento que nos da día y noche vuestra
Majestad.
_ Y bien, en buena hora, gritó
alegremente Napoléon, vean un hombre sincero. Y la broma hizo reír a ambos.
DEVOCIÓN DE SUS SOLDADOS.
En una batalla, una bomba
lanzada cayó a mis pies. Dos soldados que estaban a mi lado me tomaron y
abrazaron estrechamente, el uno por adelante y el otro por el costado haciendo
como una rempart con sus cuerpos contra el efecto de la bomba que estalló y nos
llevó de polvo. Caímos en el hoyo formado por la explosión. Uno de los soldados
estaba herido. Los nombré a ambos oficiales. Uno de ellos perdió una pierna en
Moscú y gobernaba en Vincennes, mientras abandoné París. Cuando los rusos le
incitaron a rendirse respondió: -de inmediato, cuando me traigan la pierna que
perdí en Moscú, les devolveré la fortaleza.
.-.-.-.-.-.
A menudo fui salvado por
soldados y oficiales que me protegían, cuando me encontraba en medio de un
peligro eminente. En Arcole, mi ayuda de cámara se tiró y me cubrió con
su cuerpo, recibiendo la herida que me era destinada. Sacrificó su vida para
salvar la mía. Jamás he visto tanta devoción por parte de mis soldados. En
todas mis desgracias jamás un soldado, aún expirando, se quejó de mí; jamás un
hombre fue servido más fielmente por sus tropas. La última gota de su sangre
corría por sus venas con el grito de: viva el Emperador! A menudo me
exponía en los campos de batalla pero me escondían cuidadosamente, Qué
confusión, qué desorden hubiera resultado el más ligero ruido, la más pequeña
duda tocando mi existencia. Mi visa se ligaba a la suerte de un gran imperio;
toda la política y los destinos de Europa. Jamás corrí tanto peligro como en la
batalla de Brienne (29 de enero 1814). En ese combate alrededor de veinte o
veinticinco ulanos, no cosacos, rodearon una ala de mi ejército para caer sobre
un sector de mi artillería. Al caer el día, le horizonte se oscurecía. Se
encontraron, no sé cómo, en presencia de mi Estado Mayor. Cuando nos vieron, se
turbaron y no sabían qué hacer; sin embargo, ignoraban quién era yo y durante
un tiempo no los reconocí. Pensé que formaban parte de mis tropas pero C los
reconoció y me señaló que estábamos en medio de nuestros enemigos. Al mismo
tiempo estos alanos asustados y no sabiendo qué hacer huyeron e
intentaron salvarse. Mi Estado Mayo hizo fuero sobre ellos. Uno de los ulanos
galopó cerca de mí, sin reconocerme y me pegó vigorosamente en la rodilla con
su mano; tenía una lanza granada pero fue su otra mano que me tocó. Creí
al principio que era alguien que pasaba bruscamente, me di vuelta y vi a un
enemigo. Puse la mano en el arcón ¿?? De mi montura para tomar la pistola y
tirar sobre él. Había desaparecido. Ignoro si lo mataron o escapó. Ese día tiré
mi espada, lo que me ocurría rara vez pues yo ganaba las batallas por un golpe
de vista y no con mis brazos.
SOBRE EL FATALISMO
Me hacen pasar por un fatalista. ES más seguro
de ocuparlos, de pegarles ( pág
74)
…
Más absurdo que por ideas
justas. Pero un hombre con sentido común puede detenerse un instante. O el
fatalismo admite el libre albedrío o lo rechaza. Si lo admite es un resultado
fijo de antemano que pourtant la menor determinación, un solo paso, una sola
palabra puede variar hasta el infinito.
Si el fanatismo no admite el
libre albedrío es diferente; entonces, cuando se nace habrá que festejarlo sin
cuidarlo; si uno está irrevocablemente convencido de que viviré, aunque no le
den ni de beber ni de comer, crecerá siempre. Una doctrina sostenibles no son
más que palabras.
Los turcos, patrones del
fatalismo no están persuadidos; de otra manera no harían casos de los médicos
ni de la medicina y aquél que ocupa un tercer lugar no se preocuparía de
descender las escaleras, descendería de inmediato por las ventanas y veréis a
qué absurdo esto conduce.
Cómo transformar País en
Versalles
Si el cielo me hubiese dado
veinte años de tregua y un poco de tranquilidad se hubiera buscado en vano el
viejo París, del cual no hubiera quedado vestigios y habría cambiado a Francia.
Con poner mi energía y perseverancia hubiera mostrado la diferencia entre un
emperador constitucional y un rey de Francia. Estos reyes no tuvieron
administración ni municipios; sólo se mostraron como grandes Señores que se
ocupaban de sus cosas.
En Francia se tiene el gusto
de proveer y de gustar. Todo para el momento y para el capricho: nada para
perdurar. No quedó nada barroco; no existe un teatro francés ni una ópera
digna. Con frecuencia estuve en contra de las fiestas que París deseaba
obsequiarme con comidas, bailes, fuegos de artificios de ochocientos mil francos
donde se obstruía las plazas por varios días y que costaba tanto armar como
desinstalar después. Yo demostraba que con esos mismos gastos
se podían construir monumentos espléndidos y durables.
Gasté 30 millones que
nadie tendrá en cuenta. Hice demoler casas frente a las Tullerías para formar
el Carrousel y para que se vea el Louvre; lo que hice fue inmenso.
Soñaba con hacer del palacio
de Versalles un barrio vecino; hubiera demolido
las ninfas de mal gusto
de los bosques, todos sus adornos y reemplazado con monumentos de nuestros
triunfos y nuestra gloria nacional, colocados en la capital de Europa que sería
visitada por el resto del universo.
Consejos de Napoleón a su
hijo, el aguilucho
Murió a los 24
años, enfermo de tisis en Viena.
Mi hijo no debe intentar
vengar mi muerte; debe aprovecharla. Que el recuerdo de mi empresa nunca lo
abandone; que sea francés hasta la punta de los dedos. Todos sus esfuerzos
deben tender para reinar en paz. Si quisiera, para imitarme recomenzar la
guerra actuaría como un simio. Emprender mi obra supondría que nada hice.
Terminarla sería mostrar la solidez de mis fundamentos, terminar el edificio,
la construcción que estaba en su esbozo: uno no repite dos veces lo mismo en un
silo.
Yo estuve obligado a subordinar
Europa por las armas; hoy se la debe convencer. Salvé la
Revolución de perecer, lavé sus crímenes y mostré un pueblo
resplandeciente de gloria. Implanté ideas nuevas que no deben retroceder en
Francia y en Europa. Él debe sembrar, desarrollar todos los elementos de
prosperidad que encierra la tierra francesa. A este precio puede devenir un
gran soberano.
Los Borbones no continuarán el
reinado. Cuando muera, reaccionarán a mi favor, aún en Inglaterra. Será una
buena herencia para él. Es posible que para hacer olvidar el recuerdo de
mis persecuciones, los ingleses favorezcan su regreso al trono.
Para vivir en armonía con
ellos deberá favorecer los intereses comerciales a todo precio. Esta
necesidad llevará a dos consecuencia. Combatir o compartir con ese país el
comercio del mundo. Esta última condición es la única posible. La cuestión
extranjera predominará aun por mucho tiempo en Francia a la cuestión interna.
Le lego suficientes fuerzas y simpatías para que pueda conciliar mi obra con
las armas de la diplomacia.
Su posición en Viena es
deplorable. Austria la entregará sin condiciones. Después de todo, Francisco I
estuvo en una posición similar y más caótica. (Carlos V lo hizo prisionero).
Que nunca suba al trono con
ayuda de los extranjeros. Su fin no debe ser solamente reinar sino merecer la
aprobación de la posteridad. Que se acerque a mi familia, cuando pueda. Mi
madre es una mujer de principios. José y Eugenio pueden darles buenos consejos.
Hortensia y Carolina son mujeres superiores.
Sin permanece en el exilio que
busque una princesa en Rusia; es la única Corte donde los lazos familiares
dominan la política. La alianza matrimonial debe tender a aumentar el influjo
francés hacia el exterior y no introducir el consejo del influjo
extranjero.
La nación francesa es la más
fácil de gobernar, si uno la toma en seria, nada iguala su pronta y fácil
comprensión; diferencia al instante mismo cuando trabajan para ella o en contra
de ella; se debe siempre hablarles a sus sentidos porque si no su espíritu inquieto
la roe y fermenta dejándose llevar.
Mi hijo llegará después de
revueltas civiles; deberá desconfiar del duque de Orleans, que sólo confié en
el pueblo.
Excepto aquellos que
traicionaron la patria, debe olvidar los antecedentes de todos y recompensar el
talento o el mérito, los servicios, donde los encuentre. Chateaubriand, pese a
sus libelos, fue un buen francés.
Francia es el país donde los
jefes tienen menos influencia; apoyarse en ellos es batirse contra el viento,
con un fantasma. Uno alcanza los grandes logros apoyándose en la
población. De cualquier modo, un gobernante debe buscar su apoyo donde lo
encuentre. Existen leyes morales tan inflexibles e imperiosas como las leyes
físicas. Los Borbones sólo puede apoyarse en la nobleza, el clero, cualquiera
sea la Constitución que hayan adoptado. El agua recobra su nivel más
allá de la causa que la elevó.
Yo me apoyé sobre todos y sin
excepción en los estratos sociales más bajos. Di el ejemplo de un gobierno que
benefició el interés de todos. No goberné por o para los nobles ni los curas ni
los burgueses ni los ATELIER. Goberné para toda la comunidad, para toda
la familia francesa.
Fragmentar los intereses de la
nación es no servirla; es engendra la guerra civil. No se divide lo que es
indivisible por naturaleza; uno la mutila.
No le concedo ninguna
importancia a la Constitución pese a haber dictados las bases
principales: buenas hoy pueden quizá ser malas mañana. Nada debe
definitivamente hacerse sin el consentimiento formal de la nación. El principio
fundamental debe ser universalizas los votos.
Mi nombre no le será de ningún
apoyo. Me hacía falta más de una generación para conservar por tradición,
el depósito sagrado de todas las conquistas morales.
Desde 1815 todos estaban
francamente contra mí. No contaba ni para los mariscales ni para la nobleza ni
para los coroneles, aunque todo el pueblo, toda la armada hasta el grado de
capitán estaban a mi favor. Mi confianza no los traicionó; me deben mucho; era
su verdadero representante. Mi dictadura fue indispensable y la prueba fue que
me ofrecieron siempre el apoyo que deseaba y el poder más allá del deseado.
Hoy, en Francia, sería
imposible y será igual para él; le disputarán el poder; debe prevenir todos los
deseos de libertad.
Es más fácil reinar en tiempos
pacíficos con las Cámaras; la Asamblea se lleva gran
parte de nuestra responsabilidad y nada mejor que obtener la mayoría en ella.
Pero se debe tener cuidado para no desmoralizar al país; la influencia del
gobierno es inmensa en este país. Si sabe conducirse no habrá necesidad de
corromper para lograr el apoyo. reinar para repartir educación, moral y
bienestar. Todo lo falso es un mal apoyo.
Siendo joven tuve yo mismo
ilusiones de las cuales me repuse pronto. Los grandes oradores que dominan en
las Asambleas, por el brillo de su palabra son por lo general mediocres; no se
los debe combatir con la palabra; encontrarán siempre otras más altisonantes
que las nuestras, se los debe enfrentar con el razonamiento lógico y la
síntesis oral. En el Consejo de Estado había individuos más elocuentes pero los
enfrentaba con el simple argumento: 2+2 es 4
Francia está llena de hombres
pragmáticos muy capaces. El tema es encontrarlos y darlos un medio de
sobresalir.
Que mi hijo no se asombre de
encontrar gente en apariencia razonable que le proponga proyectos
absurdos sobre la ley agraria hasta el despotismo turco; todos los sistemas
tienen su apología en Francia; que los escuche pero mida en su justo
valor lo propuesto y se rodee de hombres capacitados en el país.
El pueblo francés tiene dos
pasiones igualmente poderosas que se oponen aunque derivan del mismo
sentimiento; es el amor a la igualdad y el amor a las distinciones. Un gobierno
no puede satisfacer ambas necesidades con excesiva justicia. Es necesario que
la ley y la acción del gobierno sean iguales para todos, que los honores y la
recompensa sean para los más dignos. Uno perdona el mérito, pero no perdona la
intriga. La Legión de Honor fue una inmensa y poderosa recompensa
para la virtud,, el talento, el coraje; mal empleados sería una tragedia. Toda
la armada enloquecería, si fuera mal administrada.
Mi hijo estará obligado a
reinar con libertad de Prensa: es una necesidad. La libertad de prensa debe
estar en manos de un gobierno poderoso, como socorro para llevar a todos los
rincones del Imperio las doctrinas sanas y los buenos principios. Abandonarlos
es peligroso. A la paz general yo hubiera instituido una dirección de la
prensa, compuesta de las más altas capacidades del país y habría difundido
hasta el último albergue mis ideas y mis intenciones. Es imposible
quedarse estancado como hace tres siglos, como un tranquilo espectador de la
transformación de la sociedad; se debe, bajo pena de muerte o conducir todo o
prohibir todo.
No se trata para gobernar de
seguir una teoría más o menos buena sino construir con los materiales que uno
tiene a mano. Se debe tomar en cuenta las necesidades y aprovecharlas.
Mi hijo deberá ser un hombre
con ideas nuevas y divulgar la causa que hice triunfar en todos lados.
Regenerar los pueblos a través de los reyes; establecer instituciones que hagan
desaparecer las huellas feudales que aseguren la dignidad del hombre para que
se desarrollen los gérmenes de la prosperidad, que yació inerte durante siglos.
Hacer participar a todos lo que hoy pertenece a algunos, reunir a Europa con
lazos federales indisolubles, propagar en todos los partidos del mundo –en este
momento bárbaros e incultos- los beneficios del cristianismo y de la
civilización. Este deberá ser el fin de todos sus pensamientos. Esto es la
causa por la cual muerte mártir. Al odio del cual fui objeto por parte de los
oligarcas que mide la santidad de mi causa.
Veamos los reinos, regicidas;
antes estaban en el consejo de un Borbón; estarán mañana en la patria de ellos
y yo y los míos expiamos en el exilio los beneficios que intenté dar a las
naciones. Mis enemigos son los enemigos de la humanidad; desean encadenar a los
pueblos que miran como una tropa y pretenden oprimir a Francia. Que tenga
cuidado; o sea que desborden.
Con mi hijo los intereses
opuestos pueden vivir en paz y las ideas modernas extenderse y fortalecerse sin
sacudidas y sin víctimas; muchos males serán esparcidos a la humanidad. Pero si
el odio ciego real persigue mi sangre, después de mi muerte, entonces será vengado
cruelmente. La civilización perderá de todos modos, si en los pueblos se
desencadenan ríos de sangre y se expanden por toda Europa. La luz desaparecerá
en medio de guerras civiles y guerras extranjeras; hará falta trescientos años
de miserias para destruir en el continente europeo la autoridad real que en el
pasado representaba la autoridad de todos y que le costó varios siglos
desprenderse de la estrechez del Medioevo. Si, por el contrario, el Norte
avanza con la civilización, la lucha será menos larga pero los golpes más
funestos. El bienestar de los pueblos, todos los resultados obtenidos desde
hace años estarán perdidos y nadie podrá prevenir el resultado final. Los
pueblos, como los reyes, tendrán interés en el porvenir de los acontecimientos.
Fuera de las ideas y los principios por los cuales combatimos y que triunfamos,
no entreveo más que esclavitud o confusión para Francia como en Europa.
Editen lo que les dicté y
comprometan a mi hijo de meditarlo. Le dirán que proteja a todos los que me han
servido bien y el número es muy grande. Mis pobres soldados, tan magnánimos,
tan devotos, tal vez tengan hambre. Cuánto coraje y sentido común tiene el
pueblo francés, cuántas riquezas perdidas. Europa marcha hacia una
transformación inevitable; retrasarla será debilitarla por una lucha inútil;
favorecerla será fortalecerla con la esperanza y voluntad de todos. Existen ese
deseo de nacionalidad, que se debe satisfacer tarde o temprano y es hacia ese
fin que se debe avanzar.
La posición de mi hijo no
estará exenta de muchísimas dificultades. Que él haga, con la aceptación de
todos, lo que las circunstancias me obligaron a hacer por las armas. Vencedor
de Rusia en 1812 el problema de una paz de cien años se habría resuelto; yo corté el nudo gordiano, hoy se necesita desatarlo. Los recuerdos de los
tronos que elevé levanté en interés de mi política general debe ser separado. En
1815 les exigí a mis hermanos que olvidaron sus coronas y que fueran nombrados
príncipes franceses, Mi hijo debe seguir este ejemplo pues no seguirlo
alarmaría justamente.
No es en el Norte que se
resolverán las graves cuestiones; es en el Mediterráneo, allí hay para
contentar todas las ambiciones de poderes y con jirones de tierras salvajes se
puede terminar la felicidad de los pueblos civilizados.
Que los reyes razonen; no
habrás más en Europa materia para entretener los odios internacionales. Los
prejuicios se disolverán. Se agrandarán, se confundirán; las vías de comercio
se multiplicarán y no será posible que una nación conserve el monopolio.
A fin de que mi hijo sepa si
su administración es buena o mala, si las leyes están de acuerdo con las
costumbres, que se haga presentar un informe anual con los motivos opuestos por
el tribunal. Si los crímenes o los delitos aumentan es la prueba que la miseria
se acelera, que la sociedad está mal gobernada; su disminución probaría lo
contrario.
Las ideas religiosas tienen
más importancia que lo supuesto por filósofos limitados, Pueden rendir grandes
servicios a la humanidad. Estando bien con el papa, uno domina todavía en la
actualidad la conciencia de millones de hombres. Pío VII será positivo para mi
hijo; es un anciano tolerante e inteligente. Acontecimientos fatales
entre nosotros fueron nefastos para mi gobierno; me arrepiento; el cardenal F y
yo no nos entendimos.
Si ustedes logran regresar a
Francia encontrarán muchos hombres fieles a mi memoria. El mejor monumento que
pueden elevar es reunir en una obra todos los pensamientos que di en el Consejo
de Estado para la administración del Imperio, todas las instrucciones a mis
ministros, hacer una nomenclatura de los trabajos que emprendí, todos los
monumentos que hice alzar en Francia e Italia. (nombra cuatro personas que
podría ayudar para ese trabajo y encarga a uno en especial de escribir
sobre su política exterior y los planes generosos que indicaba en las
guerras). Habría que diferencias lo dicho en el Consejo de Estado,
para el momento futura y su aplicación.
Que mi hijo lea y medita a
menudo la historia, es la única verdad filosófica. Que lea y medite las guerras
de los grandes capitanes; es el único medio de aprender a pelear.
Pero todo lo que le digan,
todo lo que aprenda le servirá poco, si no tiene en el fondo de su corazón el
fuego sagrado, el amor hacia el Bien para emprender grandes acontecimientos.
Espero sea digno de su
destino. Si no os dejan ir a Viena…
El emperador se sintió mal de
repente y su voz se extinguió, Asustado le suplicaron que suspendiera lo
dictado.
Nunca más lo retomó.
(parte de las Memorias de Napoleón ,
escritas desde Santa Helena.) traducción del francés de C B