sábado, 12 de diciembre de 2020

Sombras y luces

 Sombras y luces

El ventilador no se adapta con facilidad al estilo de una casa nipona. En los hoteles turístico modernos son necesarios porque los clientes los exigen.

El papel  de Occidente es útil; el chino o japonés tiene una textura con un color que nos  acaricia. el papel oriental absorbe  la blancura, se dobla y se arruga sin hacer ruido. Al tacto es un poco húmedo.

La vista de un objeto brillante nos molesta. Occidente pule los bronces, la plata,  para darle brillo; a nosotros nos  atormenta que resplandezcan.  No nos pasa por la imaginación pulirlos. Nos apetece verlos oscurecer-  en su superficie, el estaño sobre todo- cómo se ennegrecen con la pátina del tiempo. Todo lo que brilla  se convierte en un material pesado con reflejos densos  al igual que la cerámica.

China ama el jade, con sus  turbios reflejos fugaces, dados por  los siglos. No posee el color de  la esmeralda,  el rubí o el brillo del brillante, pero esa turbia superficie espesa y con sustancia nos atrae. El cristal de roca, comparado  con el chileno, es demasiado puro y límpido. El nuestro  tiene ligeras nubes; nos gusta el cristal con vetas con partes de material opaco. Incluso el cristal de oriente es similar a los jades o ágatas de los cristales occidentales. China lo conoció mucho antes al cristal pero no evolucionó como en Europa. En cambio la cerámica progresó en  su evolución.

Preferimos los reflejos velados al brillo helado. Los chinos llaman los efectos del tiempo  “el lustre de la mano” y Japón lo denomina “el desgaste”, producido a través del uso al frotarlo, que le otorga humedad con el desgaste de las manos.

Ustedes alardean de una limpieza dudosa  que puede ser discutible, mientras se empeñan en quitar la suciedad nosotros la conservamos hasta transformarla en algo bello. Es una excusa, tal vez, - nos calma, tranquiliza los nervios- aunque no nos place los objetos manchados de grasa o de hollín .

Tampoco en un  hospital deberían  ser  tan blancos los muros o los guardapolvos de los médicos, ni   tener los instrumentos para una cirugía ese brillo metálico; los consultorios de los dentistas con tanto metal brillante me causa cierto escozor. De instalarse en Japón, tendrían un color más acorde con nuestro estilo.

Hasta hace poco los reservados no tenían luz eléctrica, sino antiguos candelabros. Como los occidentales encontraba el lugar demasiado antiguo y preferían la luz eléctrica, debieron instalarla.  La luz dudosa de los candelabros realza la belleza de las lacas japonesas, dando la impresión de un sitio nocturno, de mayor reflejo al  barniz llamado  laca .

En  La India prefieren la cerámica. Nosotros amamos la laca rústica; en la sombra, se ve mejor la belleza de la laca negra, marrón o colorada , lograda a través de muchísimas capas oscuras. A veces un cofre, una bandeja en una  mesa baja, el anaquel decorado con oro molido puede parecer demasiado chillón o vulgar, pero si quitamos la luz eléctrica y la sustituimos por una lámpara  de aceite o de vela se tornan sobrios. Los artesanos los fabricaban siempre pensando en sitios  con poca iluminación; el dorado  se moldeaba con esa visión oscura del ambiente y se ocupaban de  cómo darían sus reflejos las lámparas.

Cada uno de esos muebles u objetos están pensados para no ver de inmediato, sino adivinar en un fondo de  una luz difusa o de una llama de aceite parpadeando, la luz temblorosa,  revelando cierto detalles.

No rechazo la cerámica, pero adolece de la  profundidad de las lacas. La cerámica es fría al tocarla: no sirve para alimentos calientes; al menor golpe emiten un ruido seco, mientras las lacas, ligeras en su superficie, no lastiman el oído al e golpear. Con la laca tanto sea un cuenco de sopa o de té se siente la tibieza en la palma de la mano, dejando una sensación muy agradable. Nunca se sentiría lo mismo con la cerámica fría. Un cuenco siempre es placentero mientras un plato plano y blanco en Occidente no crea la misma sensación: se saborea de forma diferente.

La comida japonesa se mira primero  entre el brillo de la laca y el brillo de las velas. La sopa bermeja del miso parece más gustosa. La salsa viscosa y reluciente que acompaña el pescado crudo o los vegetales hervidos, se ven mejor con una luz difusa. Todos los alimentos blancos se realzan, si se ilumina el entorno: el arroz blanco en un pote de laca negra en un rincón sombrío de la mesa es más estético y estimula probarlo y comerlo con su cálido vapor y el grano  brillante. La cocina oriental armoniza con la sombra; entre ella y la oscuridad existen lazos indestructibles”

MÁSCARAS, EL COLOR, LA PIEL,

La tez de los japoneses   contrasta con el traje del nô, colores brillantes con mucho oro y plata Y reflejo rojizos, típico en nuestro país, con el rostro amarillento son atractivos, por eso las prendas en oro y plata y las capas verde oscuro o rojo caqui, los vestidos de mangas estrechas con amplios pantalones de un blanco inmaculado  favorecen y hacía enloquecer a los señores de antes. La piel japonesa no es agradable o  así ellos lo piensan; por eso mismo se maquillan de blanco, porque es la piel que les agrada. Necesitan ser iluminada al estilo oriental, nunca con luces occidentales.

El actor no sube al escenario con la cara y cuello al natural. Las manos japonesas no son bellas, es el modo de presentarlas en el Nô que las transforma.  Las mangas anchas las muestran mejoradas: manos vulgares se transforman con ese ropaje; cobran un efecto seductor  que asombra; jamás ocurriría ese hechizo con ropas modernas.

 El teatro

 

En el NÔ, la parte física que se  ve es ínfima, la cara, el cuello y las manos desde las muñecas hasta los dedos.  

Los labios  de los hombres, en el NÔ, actuando en roles femeninos, atraen por ese color rojizo oscuro  que sugieren más que los labios femeninos.  El actor para cantar humedece continuamente sus labios con saliva. Con los niños pasa lo mismo  con sus mejllas sonrosadas y  frescas; el niño tiene la tez más clara pero queda bien su piel oscura, vestido de verde. Bajo una luz brillante sería un desastre: se necesita un edificio antiguo, tabiques de madera de reflejos oscuros  y una luz que ilumine al actor en forma de campana. La oscuridad reina en esta clase de obras; los trajes son similares a los de la nobleza   con esos suntuosos trajes de época de las guerra civiles. El Nô  enaltece a los nobles de nuestra raza, con las caras quemadas  y los pómulos salientes y esas capas y esa ropa elegante.  Más que el espectáculo nos recordamos de tiempos pasados, en el porte masculino; el actor que actúa como mujer lleva una máscara distanciados de la realidad. Los hombres tenían una feminidad especial, tal vez por la luminosidad, para que no resaltará la silueta masculina.

Para iluminar el teatro de marionetas se usaban lámparas de petróleo que daban al ambiente una iluminación difusa  a esas muñecas  que sólo mostraban la cabeza y las manos  

 La vestimenta

Las mujeres se vestían antaño con colores apagados; el traje  estorbaba; incluso se teñían de negro los dientes y hasta se ponían una pincelada de sombra sobre la boca.  Recuerdo a mi madre  cosiendo en la parte de atrás de nuestra casa con una luz tenue. De mi madre recuerdo apenas el rostro, las manos y apenas los pies.

 Las casas en 1890 eran muy oscuras, en la burguesía de Tokio; mis tías y otros parientes se ennegrecían los dientes. Cuando salían se ponían trajes grises con algún dibujo;  las mujeres son pequeñitas en general,  pecho liso, delgadas, cintura y caderas casi sin carne, espalda recta, tronco enjuto, casi sin proporción con la cara y los miembros, Aún existen algunas mujeres o geishas con esa figura  consumida. La vestimenta les otorga volumen pero sin ella las mujeres de antes eran como estacas de madera. Vivían a la sombra donde sólo se vislumbraba  rostros blanquecinos; no se necesitaba  poseer un cuerpo; eran fantasmas frente a los desnudos cuerpos de la mujer moderna. Una belleza es un resultado de claroscuros en oposición; la belleza pierde su luz  sin los efectos de la sombra.  Antiguamente,  se consideraba a la mujer indivisible  de la penumbra, por eso las mangas largas y largas colas también que ocultaban los pies ; entonces descollaba la cabeza y el cuello y, lo que no se veía no existía. Si las comparamos con las mujeres de Occidente tienen un cuerpo deslucido.  

Los orientales  carecen de pies, en otras épocas los deforman hasta hacerlos parecer pequeños; el proceso era muy doloroso; los occidentales  poseen pies pero el cuerpo es translúcido. Nuestra imaginación se mueve entre penumbras, entre tinieblas negras como  la laca. Mientras ustedes  limpian todo para que brille; nosotros buscamos los colores de la sombra y ustedes,los colores del sol. Nos gusta la pátina sobre la plata y el cobre, no es  sucia ni antihigiénica, aceptamos lo oscuro como algo inevitable; encontramos en las tinieblas  placer,  una belleza particular. Los occidentales  evitan los rincones oscuros, blanquean los techos y las paredes y hasta los jardines; nosotros buscamos los pequeño bosques a la sombra; ustedes tienen amplias hectáreas de pasto.

 

La Piel blanca opuesta a la amarilla.

 

Somos radicales en los gustos; tal vez  nos diferencia  la piel; consideramos siempre que una piel blanca es más noble que una oscura, pues no es sólo  el color sino la calidad;  se nota desde lejos; por muy blanco que sea un japonés, su blancura posee  una veladura.  Aunque las niponas se  unten con pintura blanca  la cara, espaldas, brazos y axilas no pueden eliminar el pigmento oscuro del fondo de su piel. Una piel blanca no es turbia; todo su cuerpo es de una blancura refrescante. Si un japonés está cerca de los blancos es como una mancha no particularmente agradable. Se comprende la repulsión de los blancos hacia los hombres de color, incluso de los mestizos negros o blancos.  Detectan  el matiz de color oculto bajo una piel en una  tercera generación de negros.

 Nuestros antepasados delimitaron el espacio luminoso a un lugar cerrado y allí confinaron a la mujer a la oscuridad; entiendan nada había más bello que la blancura de la piel, el ideal femenino por excelencia.

Hábitos

La mujer  ennegrecía los dientes y se afeitaba las cejas para realzar el brillo del rostro. el rouge era  azul-verdoso de un negruzco nacarado  que daba una tonalidad especial. Imaginen una cara bajo la luz de una linterna con dientes lacados de negro entre unos labios de un azul no real: se asemeja a un rostro blanco. La blancura de los blancos es translúcida;  la nuestra nos separa del ser humano.

La luz

América está entregada a la orgía de la luz eléctrica con anuncios de neón. El potencia de bombillas que utilizan en un ambiente es inconcebible y, en verano, da mucho más calor. Como hace mucho calor, hacen funcionar  los aires acondicionados porque esas luces como bolas de fuego no se soportan; a veces son tres o cuatro en el techo en  el jardín, en los cuartos de baño, en la entrada, en las escaleras y nunca un lugar a la sombra para refugiarse.

En Japón el aire circula y el calor se disipa lateralmente.

La sombra para Oriente es una cuestión de estética.

Bibliografía Tanikazi, J. El elogio de la sombra. Ensayo.

 

 

 


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