Es indispensable eliminar la cólera
Detrás de la ira se pierde la esperanza; detrás de la esperanza se encuentra la furia; detrás de ella, el dolor y detrás del dolor, una lastimadura muy antigua. Cuanto antes se reconoce, más breve será el período de recuperación o el trauma psicológico. Es forzoso encontrar ese trauma inicial –como un descubrimiento consciente- para poderlo contener y curar. Se debe descubrir su origen, examinar la causa que lo provocó.
La cólera puede aparecer frente a los malos tratos, la falta de respeto y abandono en la infancia que, sensibilizada y bloqueada ante nuevas lesiones, hace lo imposible por evitarlas, para protegerse.
De adultos no permitimos que nos lastimen de igual modo; uno puede desbordarse ante ciertos tonos de voz, gestos, palabras u otros desencadenantes que nos recuerden los hechos de origen. Si uno pierde los estribos, se debe ahondar la herida infantil sufrida; si existe un huracán por dentro sólo dejará cenizas. Es imprescindible descubrir la utilidad del enojo; a veces necesitamos desahogarlo antes de lograr apaciguarnos.
La furia residual de la antigua herida puede compararse a un proyectil donde siempre quedan trozos diminutos diseminados; esos minúsculos fragmentos quedan en el interior de uno y asoman en otra herida, que produce el estallido de furia. Los elementos irritantes permanecen en la psique y no se logran extirpar en su totalidad, produciendo un dolor tan agudo como en la lesión inicial; el ser se tensa, teme el impacto del sufrimiento y de esta manera la herida se intensifica. El presente es una repetición del pasado y –con ayuda de un profesional- se supera. La ira no se elimina como un cálculo renal; se necesita paciencia y tiempo.
Si es una cólera antigua se debe emprender una acción inmediata para curar la psique. Siempre existe un momento en el cual se debe soltar la artillería de adentro contra una grave ofensa recibida en la niñez, ofensa al espíritu o del alma. Existe un momento para la justa ira y la justa furia. Los seres humanos muy sensibles son vulnerables y están expuestos a lesiones espirituales sin curar. Pueden a veces utilizar la frialdad como modo de anestesia, para proteger el instinto herido.
En su psique instintiva el hombre posee la capacidad de enfurecerse en grado considerable, cuando se lo provoca; está en su poder enseñar sus dientes y exhibir su poderosa capacidad de defender su territorio. Tiene, en su interior, muchas veces un soldado exhausto de las batallas que está esperando vencer. Necesita una sacudida que le permita reaccionar con vehemencia. El hombre herido desarrolla una capacidad de percepción profunda y amplia; para entrar y salir del inconsciente se debe haber sufrido mucho, porque sólo así se adquiere una ardiente confianza en sí. Es posible que en el camino se haya marchitado un corazón roto, un matrimonio roto, promesas rotas; un cuerpo acumula escombros inevitablemente aunque –si uno regresa a la naturaleza instintiva- renacerá seguramente y seguirá creciendo.
Todas la heridas deben suturar. No es saludable reprimir la cólera, porque no se evoluciona y no deja posibilidad al cambio. Experimentar una agresiva reacción ante las lesiones forma parte de una psique instintiva sana. La reacción vehemente es natural y lógica en el proceso del aprendizaje del alma.
Una cólera permanente es un fuego que acaba quemando la energía primaria. La ansiedad y el tormento del pasado afloran con un carácter cíclico. Una profunda purificación mediante las palabras elimina buena parte del antiguo dolor y de la antigua cólera; el residuo jamás se borrará por completo; dejará una ligera estela, pero no será un fuego devorador.
El llevar al extremo la antigua ira equivale a experimentar una constante ansiedad; no es alboroto, alterarse, arrojar objetos, consiste más bien en una eterna sensación de cansancio, destrozar lo tierno dentro de uno, convertirse en un cínico, tener miedo a perder nuevamente algo, permanecer en un silencio de furia, a la defensiva o sentirse desvalido.
La tarea no se puede completar recordando solamente, sin el ritual del perdón, porque perdonar deja la posibilidad de sanar.
Pero perdonar no significa pasar por alto la acción, comportarse como si nada hubiera ocurrido. El perdón de un 95% es de beatos o santos; con un 50% alcanza y un 10% es no intentarlo en serio. Lograr disculpar es un don que se aprende como una técnica. Una alta sensibilidad no siempre permite pasar por alto la ofensa; uno no es malo porque le cuesta, aunque para poder sanar se debe aullar nuestro pesar y… perdonar. Tengamos en cuenta que el perdón definitivo no es una rendición: es una decisión consciente de dejar de guardar rencor.
Bibliografía: Pinkola Estés Clarisa. MUJERES QUE CORREN CON LOS LOBOS. Barcelona. Bs. As. 2001.
domingo, 30 de agosto de 2020
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