lunes, 8 de enero de 2018

GOETHE


El padre  fue un  pedagogo de la alta burguesía,  que vivía de sus recuerdos en Italia y se ocupaba de la educación de sus dos hijos: un sabio  frustrado  e insatisfecho, con ansias  de saber y de educar.
A mitad del siglo XVIII, se casa con la hija de un funcionario imperial; era una joven alegre y  piadosa. De varios hijos, sólo sobrevivieron una hija y un hijo: Johan Wolfgang, nació el 28 de Agosto de 1749.
A los seis años ambos escribían en latín y unos años más tarde, en griego y  hebreo; el poeta dominaba además el francés,  el inglés  y el italiano; tocaba el clavecín y el violoncello y tenía talento para el dibujo; recibió clases de esgrima, equitación y danza. Sentía una gran curiosidad por la biología, dedicándole en su juventud gran parte de su tiempo libre; fue un observador apasionado con una curiosidad sin límites; le fascinaba  el teatro y los títeres.   
Su juventud

Con sus ojos grandes y luminosos, su abundante cabellera  castaño oscura que dejaba flotar  al viento o ataba en una pequeña coleta, sin jamás usar peluca ni polvos, delgado, una nariz curva y un óvalo alargado, sorprendía por su modo de ser tan serio, pese a su ironía natural. Goethe era sociable; su creación  tuvo un fin colectivo.
Deja  el hogar para frecuentar la Universidad y   -con el diploma en el bolsillo, seis meses más tarde-  defiende  sus ideas con apasionamiento. Fue un ser  en armonía con la naturaleza  y los dioses.
El Rococó se impuso; frecuentó ese ambiente frívolo y bucólico, impuesto por la sociedad del momento. Era un nuevo modo de vivir, menos ostentoso  y más  íntimo que el barroco. 
Luego de es frivolidad  en Leipzig, de joven adolescente enamorado del amor pero con amores contrariados,  necesitó compensar con el éxito sus frustraciones sentimentales. Fue una etapa que no duró pues no era su estilo; ya se perfilaba     al escritor  y al hombre de teatro aunque con el tiempo se impuso el poeta a todo otro interés.
Era  un autosuficiencia intolerable, ególatra orgulloso de su erudición y dueño de una gran fantasía, que aun  no  encontraba  su estilo.  Había una dicotomía entre el Rococó afrancesado y el posterior hombre de teatro clásico. Abandona  para siempre la moda de Versalles,  pese a juzgar universal y eterna  la literatura y la poesía francesa.  

Sus amores

Fue en su juventud un romántico exaltado, amante de conquistas idílicas. De todas ellas emerge Carlota B, una joven tierna y dulce,  a quien inmortaliza como la heroína de su primera novela, Werther, que tanto impresionó en su época.
El 9 de junio de 1772 fue invitado a un baile y  acompañó a una jovencita llamada Carlota, hija de un pastor. Regresan a la madrugada con el permiso de volver a verla ese mismo día; e pese a estar ella comprometida.
El diario  de Werther reproduce lo contenido en el diario de Goethe. La increíble emoción que provocó en su generación, la desesperación que cristalizó  en algunos lectores, mimetizándose  con el héroe, terminaron en dos ocasiones en suicidio; un joven se tiró por la ventana y una joven se ahogó en un río: ambos tenían el libro de Werther en el bolsillo.  El genio se amalgamó con tal profunda intensidad en  el protagonista  que tocó las fibras más sensibles  del lector romántico, en pleno esplendor  alemán. Escribió la novela en un mes y cuatro semanas: el tema trata sobre   un joven rebelde, insatisfecho, en un mundo hostil a su deseo de expansión, víctima de su destino. 
Sobrevivirá en la novela la personalidad de un  joven idealista y apasionado. Werther llegó justo a tiempo. Toda esa generación  fue marcada a llaga viva por los sentimientos idealizados,  que ya perfilaban el principio del Siglo XIX.  El Romanticismo aspiraba  a la comunión cósmica. Medio siglo más tarde,   el escritor confesó con serenidad haber amado y sufrido.

Años después, una digna dama llamada Carlota se presentó  junto a su hija, en Weimar y ambos se encontraron con una cierta melancolía, por no poder recuperar  las cenizas del fuego apagado. Con  Werther, muere el idealista romántico y renace el titánico guardado en su interior: fue  la última obra  de su juventud.
Comienza una nueva relación con Lily. Proyectaron  vivir en  América del Norte, lo cual, para una joven  noble era todo un sacrificio. El poeta la amó con pasión; más tarde escribió que fue la primera mujer que amó; toda otra inclinación amorosa fue ligera y superficial en comparación con ella. Las anteriores en el pasado fueron amores adolescentes, jugando al amor; hubo entusiasmo pero no felicidad. Lily  llegó  en el momento  decisivo para orientar su vida del modo más fecundo. Fue un período apacible. Ella venía de una familia opulenta: Goethe  era burgués.  
Se hace  finalmente adicto al presente. Cada dolor deja  un cambio que rejuvenece en nuevos amores .Se enamoró de Maximiliana,  idealizada mujer de letras. Con dos amigos  emprende un viaje por el Rin y regresa  a Fráncfort, donde encuentra a los veintiséis años a una joven rubia  con la cual se compromete y se hubiera casado… pero huye a tiempo. 
Charlotte Von Stein, fue una relación de comunión intelectual, intensa y profunda. El amor terminó con su viaje a Italia. Mina tenía 18, cuando él  tenía 40. Ella siempre lo vio como un amigo paternal. Marianne, casada, se derrumbó al terminar la relación. Se escribieron tiernas notas, y él  le  enviaba algunos versos manuscritos, pero nunca volvieron a encontrarse. La vida amorosa de Marianne se acabó; fue un amor  verdadero.
Hacia la madurez

Lleva una existencia  práctica, con algunos descubrimientos científicos. Sus estudios de osteología logran descubrir el hueso intermaxilar, que muestra la relación parental entre el hombre y los animales. Tiene un laboratorio donde germinan diversas plantas, incluso un cocotero. Estudia alquimia, química y la composición de minerales. El deseo de mejorar la agricultura lo lleva a estudiar los cereales. Escribe  sobre  las clases de piedras  y sobre la calidad de la tierra.
Weimar

Está  emplazado en un valle, rodeado de  jardines con siete mil habitantes. 
El duque  se asombra con la visita del  poeta y con su teoría  brillante sobre cómo gobernar,  además de sus aptitudes administrativas.  Lo desea a su lado como ministro. El duque es muy joven: Goethe es diez y siete años mayor; sin embargo, se vuelven camaradas. El duque lo consideraba un hombre de carácter, de  sentimientos nobles, que hacía un culto de su honor. Para agradecerle sus servicios, obtiene del Emperador  un título de nobleza,  que llega   en un documento sellado con el águila bicéfala, que el poeta le envía a la mujer amada.
Goethe se instala en Weimar, pese a la  oposición de su padre,  que teme la vulnerabilidad de la nobleza. Cumple con sus obligaciones,  pero no encuentra  eco en esos alemanes pueblerinos,  poco espirituales y menos universales.
Viaje a Italia,

Parte en  trineo el día de su cumpleaños, el 28 de agosto y, hasta no cruzar la frontera de Suiza, se oculta para no ser descubierto. Necesita un cambio  y gozar de ese viaje soñado, que  duró dos años. A su regreso,  se imagina que todo seguirá igual, incluso la amistad con el duque de Weimar y su relación con Charlotte Von Stein.
Se encuentra con un cielo  azul y el sol italiano de Verona. Primer descubrimiento: los higos, fruta meridional por excelencia.
Continúa el viaje a Padua, Ferrara, Bolonia, Florencia y Asís, en etapas; eran caminos polvorientos,  en  carruajes.  En Venecia se queda tres semanas y  por fin llega a Roma, donde tuvo un despertar físico y espiritual.  Nunca experimentó una sensación igual.
Se fascina con la ciudad de una belleza  imperial,  las iglesias, las ruinas, los monumentos, el arte. Lo antiguo está asociado a la vida misma; presente y pasado se ignoran; uno puede recostarse libremente a pleno sol, entre los mármoles del Foro romano,  leyendo un libro.
Se levanta temprano y escribe; visita museos,  colecciones particulares, pasea por las calles, descansa cerca de las fuentes o bien esboza un croquis de alguna ruina célebre, que encuentra a su paso. Al cabo de unos meses, el encanto se disipa. Roma le parece ahora un cementerio con demasiadas iglesias, conventos y monjes de paseo. Encuentra  el paganismo  sumergido bajo diez y siete siglos de cristianismo y ya no goza de su anonimato: su ego se resiente.
Viaja al Sur. Necesita un cambio de ambiente. Tal vez extraña por primera vez el pequeño ducado de Weimar, donde es muy conocido.
Llega a Sicilia, luego de una semana en  barco; pasa por el estrecho de Mesina, atormentado por el mareo. Se queda un mes y medio.
Italia  le devolvió su creación poética,  la libertad y  la plenitud sensual. En Roma   toma de conciencia de su vocación lírica. Regresó, lleno de proyectos. 
La Revolución Francesa
-La  revolución nunca es culpa del pueblo,  sino del gobierno: no es posible una revolución, si un gobierno es justo. La política y la historia no son una ciencia exacta. Lo mejor de la historia es el entusiasmo que  despierta. La política la siente como una especialidad a la cual uno no debe aventurarse sin poseer conocimientos y la competencia para triunfar-.
Siente desprecio por el amateur y el diletante y sobre todo por el incompetente; las discusiones sobre este tema y las críticas estériles lo exasperan, porque nada se puede cambiar, opinando. El pueblo no debería intervenir en el gobierno; en cambio un gobierno  debe darle resultados. Nunca formuló de modo explícito sus opiniones públicas. Se las descubre en su obra o en su correspondencia, pues sentía horror de decodificar sus ideas. Odiaba la intriga y, cuando la sintió en carne propia, huyó de Weimar y partió a Italia.
La Revolución francesa  debió hacerlo reflexionar. Se lo criticó por su conformismo, ligado a ideas monárquicas y a sentimientos aristocráticos. Se defendió contra los reproches violentos que recibió por su posición en la guerra napoleónica; lo llamaron poco patriota. En los años que  Alemania deliraba de odio ciego contra el Emperador de Francia, conservó su simpatía por ese país. ¿Cómo odiar un país culto, al cual debía gran parte de su saber personal? Por ser un sentimiento de la masa temía la xenofobia. Deseaba la partida de los franceses, durante la ocupación alemana, aunque jamás sintió odio por ellos. Admiraba a Napoleón y admitía que “ese hombre era tan grande que no lo quebrarían”. Creía, como Napoleón, en el Sino: el hombre debe esforzarse al máximo, no por ambición de vencer  pero  sí para llevar a cabo su destino. Se conocieron en el otoño de 1808 y, cuando el poeta se retiró de la velada, el Emperador admitió: “he aquí un hombre” *
Goethe no poseía un sentimiento alemán ni demasiada fe en su pueblo; siempre guardó silencio frente a los acontecimientos graves de la historia.  Criticó  a los soberanos los privilegios de la nobleza y de no ser conscientes de sus deberes.  Podía bien ser un hombre de Estado, aunque renunció a sus funciones administrativas y se mantuvo  al margen de toda participación política, cuando regresó de Italia. Deseaba ser   conocido en la posteridad como poeta.
Desde 1775 a 1786, durante once años escribió solamente el  poema  Misterios, donde el autor se preguntaba sobre los problemas esenciales del hombre y la sociedad. Pero interrumpe la creación literaria, cuando descubrió que alcanzó verdades que no pueden ni deben ser reveladas. Perteneció a la Orden de la Torre, donde la sociedad de los misterios era una figura reiterativa del ideal, bajo el velo de una alegoría, cuando no se podía expresar claramente. Como el oráculo de Delfos, sólo  otorgaba ciertos indicios; al neófito le restaba interpretar el signo y  sacar las conclusiones. El deber de un guía era conducir a quien se extravía, lo cual no probaba la existencia de Dios.
La prueba está en su obra Wilhelm Meister, no muy diferente de toda otra logia, que pululó en esa época. Lo correcto era hacer el bien, según sus medios, sin  intentar ni obtener beneficios personales. Escribió sobre temas estéticos, pedagógicos, sociales y religiosos, interesándose por los ideales del hombre  o la evolución del individuo. Panteísta, era un alemán que pensaba como griego y amaba la naturaleza al estilo de los antiguos. Siendo liberal, rechazó un árbitro como monarca y   describió  un mundo utópico.
Los seres humanos -en oposición a Kant- no deberían inclinarse por una moral impuesta sino convertirse en personas sociales, que armonizaran con los intereses prácticos de sus semejantes. Como Hegel, condenó la interioridad esquemática, vacía del romanticismo estéril,  que huía de la realidad a través de sueños e ideales. El protagonista de la obra era él; renunció a la verdad personal e intentó comprender el mundo.  Las fuerzas ocultas del individuo lo debían  orientar hacia una actividad fecunda, que lo ayudara a expandir su personalidad. Se consideraba un ciudadano del mundo y no creía deber estimar sólo a sus compatriotas sino a toda la humanidad. Se veía como "un viajante en la ruta de la vida, que debe  socorrer  a  otros viajeros en su camino. Allí, donde uno se siente útil, está mi patria”.
Sostenía que “Alemania estaba gravemente amenazada por su descomposición interna:” Para un ciudadano, nada es más despreciable que el rencor y la desconfianza o la ignorancia entre las naciones y las clases. Ser liberal le trajo el desprecio de muchos adversarios. Fue escritor con un espíritu  práctico y burgués.
Dejó inconclusos textos sobre Mahoma, César, Sócrates y el judío errante. 

EROTIKON

Christiane, una bellísima joven, sería quien llevara este apodo hasta convertirse un día en su mujer legítima. Fue quien logró reconciliarlo a Goethe con Weimar. El dolor que sintió al abandonar Italia lo seguía perturbando treinta años más tarde. 
La defendió contra todos. Su dulzura y delicadeza  la hacían irresistible a ese supino ego. La corte la desaprobaba; Madame Von Stein y la sociedad  de Weimar la trataban con desdén.
Christiane fue su pequeña alhaja erótica, el tesoro nupcial de su lecho; deliciosa compañera en el placer, excelente ama de casa, voluptuosa, hedonista, hábil cocinera, para nada  intelectual. Sentía gran admiración por su marido,  aunque era incapaz de juzgar su obra: no era ni instruida ni inteligente.   El doble influjo de Christiane y luego la posterior amistad con Schiller lo salvaron de replegarse en sí mismo. Ambos reemplazaron a Charlotte Von Stein que, -antes de su viaje a Italia- se ocupaba de ambos roles.
Se casó con ella en 1806, más por reconocimiento en esa época que por amor; lo hacía feliz. Tuvieron cuatro hijos; tres murieron al nacer: Goethe los lloró desconsoladamente.

El Romanticismo se inclina hacia el Gótico de 
la Edad Media.  Descubre en el Medioevo un estilo revelador. Las Catedrales son la obra maestra medieval. Se representan  como un ser vivo, donde les vitraux actúan como los pulmones, mientras los pilares son los miembros y los arco votantes, las alas; es un arte vertical, en armonía con lo espiritual, que nace de la emancipación de un alma colectiva; durante nueve siglos impondrá  una nueva y única religión.
Goethe fue agnóstico; era la moda del siglo, aunque en él no lo fue por una razón superficial; su fue cristiana  nunca  fue ardiente. Fue un sediento cristiano, inclinado hacia la piedad; religioso, pero al estilo de los antiguos griegos, sentía la  necesidad de  apagar su sed de absoluto; los ritos formales no lo satisfacían; poseía una estructura filosófica, basada en otras aspiraciones.

AMISTAD  

Goethe y Schiller se odiaban sin conocerse, por mera competencia. Un día en 1794 salían de una conferencia de Historia natural  y se encontraron frente a frente y hablaron de botánica. Goethe le expuso su Teoría sobre la metamorfosis; Schiller no estuvo de acuerdo; luego del encuentro casual, la charla y ciertas observaciones del joven lo asombraron. Goethe fundaba toda la ciencia en la experiencia; la respuesta de Schiller fue una revelación y le mostró la perfecta honestidad de su espíritu y le expuso sus ideas sin mentir. Schiller  se sorprendió que Goethe  aceptara sus objeciones y  las tomara en cuenta. 

Eran dos fervientes poetas, fieles servidores de la cultura, lo cual no impedía gustos diferentes y caracteres opuestos; uno era burgués, sabio  y clásico, mientras el otro era un joven bohemio y un romántico empedernido. Goethe lo acompaño caminando hasta su casa; el joven le escribió pidiéndole que colaborara con su revista;  éste aceptó y le agradeció, enviándole un ejemplar de Wilhelm Meister, recién editado. Schiller le respondió en seis páginas con un análisis perfecto sobre el carácter del autor, justo el día de su nacimiento. Sabemos la importancia que le daba a su cumpleaños, como si fuera un ritual casi religioso con un dejo de superstición. Concedió a estas  líneas  un valor excepcional: los astros y planetas jugaron a favor. Era el momento en que  más necesitaba  un amigo, un socio, un compañero intelectual. Christiane, en cambio,  llenaba  el plano sensual y cotidiano de su vida. 
Schiller no escribía en plena efervescencia  del momento; escribía  cinco a  seis obras al mismo tiempo y las continuaba según el humor del momento. El modo de escribir de ambos poetas era totalmente opuesto.  Goethe, ya anciano, encontró a su lado el entusiasmo creador, que su edad parecía apagar. En revancha, Schiller se alejaba de la ideología de Goethe  pues la consideraba estéril.

Goethe componía entre el trajín diario. A sus setenta y seis  años, mientras trabajaba, entraban sus criados, anunciaban las visitas, el bibliotecario  le hablaba de los libros recién editados, recibía al peluquero, mientras dictaba imperturbable.
Schiller  sólo podía escribir en un estado de exaltación. Se encerraba ocho días sin hablar y apenas se alimentaba. Su misantropía era célebre  como  sus rabietas. Este modo de trabajar tan extraño,  tan sin método y mesura lo llevó  quizá a  su muerte precoz. Trabajaba sin descanso en una obra hasta terminarla. Cuando escribió Guillermo Tell cubrió las paredes del cuarto con mapas de Suiza, diferentes descripciones de viajes y  la historia de Suiza. Schiller, hombre de temperamento fogoso aunque de  salud frágil, resentida por el exceso de trabajo, cayó enfermo en agosto de 1804.
Varias veces Schiller estuvo al borde de la muerte. Pero esta vez   ambos se enfermaron. Se habían visto la última vez a fin de abril. Goethe no pudo acompañarlo al teatro, pues se sentía mal.  Schiller se agravó en esos días y murió.
 La partida del joven poeta fue un vacío abismal: la mitad de su ser partía con él. No tuvo  fuerza de acompañarlo al cementerio; la  emoción intensa lo obligó a quedarse en cama: fue mal interpretado. Con el tiempo sólo habló  de sus colaboraciones y de su amistad  En vez de un duelo estéril empleó su tiempo en glorificar al poeta desaparecido. Se afanó en representar sus dramas, rindiéndole homenaje. Compuso una elegía para  el último noble escritor  alemán.
La diferencia de sus personalidades fue fecunda; uno para el otro era un crítico de una severidad inteligente y a Goethe le convenía desacostumbrarse del aplauso de sus admiradores.  Progresaron juntos, corrigiendo sus errores. El mismo Goethe enumeró las obras que terminó gracias  Schiller.
 Goethe, indiferente de los valores contemporáneos, se interesó por el joven Schopenhauer y  por su teoría sobre los colores; fue injusto con Kleist, odiaba  a Hölderlin  y no comprendió a Jean Paul ni a Heine. Con excepción de Schumann y Mendelsohn, que lo conduciría a Bach, no sentía simpatía por los artistas de su época. De Beethoven le gustaba la quinta Sinfonía;  era amante más bien del canto. La música debía ser siempre alegre, actuando como una energía para poder pensar  en un tono más elevado; Le era útil; no se embriagaba, no se emocionaba con ella.
TEATRO
No habiendo podido dedicarse a ser actor, fue  un director severo y responsable;  intentó reformar el teatro para aquellos  alemanes de escasa imaginación.    
Los comediantes alemanes eran individuos groseros e impertinentes y Weimar  no  era apta para las representaciones clásicas.  Deseaba que los actores y el público  respetaran  el teatro: fracasó; la opereta se instaló en la pequeña ciudad de Weimar y en  su minúscula Corte. Lo descorazonaba el gusto vulgar cortesana y del público. El teatro no era una diversión; debía servir para modificar a los hombres y a  la sociedad. En Inglaterra Marlowe, antecesor de Shakespeare, era más serio y profundo. Siempre deseó representar un teatro más clásico, que indicara los gestos con ímpetu y por fin se daba cuenta, anciano y desilusionado, que el público en Weimar prefería la opereta ligera a los dramas de Schiller o a las tragedias griegas. Se cansó y abandonó la dirección, habiendo sido un maestro excepcional.
Su última ilusión amorosa

Viaja a Marienbad, donde el destino le depara una sorpresa;  encontró  una jovencita de diez y siete años; reblandecido, pide su mano, perdiendo el sentido común. Escribe  
La Elegía de Marienbad, su mejor poema, con un ritmo  de galope, donde conversa con Werther -el protagonista de su primera novela- como si pudiera comprenderlo y hacerse eco del grito desgarrador de este anciano próximo a la muerte. Le cuenta su desilusión, al verse rechazado, como si sólo el protagonista de su primera novela pudiera comprenderlo y compartir la angustia que desgarraba al viejo poeta; perdió el entusiasmo y la ilusión de creerse joven; ya no había un futuro y el presente lo acobardaba: comenzó el declivese convirtió en un anciano pues ya nada retenía su atención; vivió su desilusión  como su próxima muerte. 
Retomó a las obras inconclusas. En Wilhelm Meister habla de su infancia y de su vocación teatral; es, como siempre, el protagonista de la novela y escribirla  lo mantuvo ocupado durante medio siglo: hasta el fin de sus días seguirá corrigiéndola; fue su obra más hermética; se desprende de la estética literaria, intentando convertirse en un hombre socialmente útil. Se desarrolla en tres planos: el  anecdótico, que limita los hechos concretos y sus peripecias;  el simbólico, de una realidad universal, y el esotérico, de interpretación mística que lleva el destino de los individuos hasta un nivel sobrenatural.  
Contiene varias alegorías pero, por encima del tema, se expande un cielo trascendente, en medio de alucinaciones indescifrables que  deben ser desconocidas por los profanos. El iniciado las sabrá conocer y no se equivocará, conducido por un guía  perturbador: si es el protagonista, quedó  el misterio  sin descifrar.
Nada es más luminoso que leerlo. El joven viajero con los cabellos tupidos y la mirada de águila finaliza su periplo, cuando -ya anciano de ochenta años- se siente enriquecido por  sus experiencias. 
Fausto fue concebido en dos partes,
a) la primera tiene  origen en  una leyenda  popular, donde  el protagonista hace un pacto con el diablo en su afán de saber y de gozar.   
b) la narración infernal con brujas, fuegos y algunas poesías, sin diferenciar  entre ciencia, magia y alquimia.  La filosofía limita la religión a una sede de  fuerzas divinas, que lo mantuvieron ocupado hasta el final. 
El Fausto, concebido como un proyecto a los veinticuatro años, fue también retocado hasta su muerte. Mientras  este drama es la suma de la experiencia humana, dentro de un plano místico y uno mágico,  Wilhelm Meister es la suma de la experiencia, en un plano terrestre y práctico.

Se acerca el fin; su hija Augusta muere y las muertes se suceden. Vive los últimos años con su hijo, su nuera y nietos. Le gustaba mantener el  rol  protector con ellos aunque los dejaba tiranizarlo.
Tenía ochenta y dos años; terminó su testamento para sus descendientes, para Weimar y toda Alemania.  Desde 1823 ya no viajó. Su memoria estaba intacta; su espíritu  nunca decayó, pese a tener físicamente    los achaques  de la vejez. Sólo su mirada siguió clara y brillante; Con su robe de chambre de franela blanca,  parecía  un rey o  un patriarca. Quiso ser poeta y lo fue; dejó todo clasificado y archivado en  manuscritos. Unas  semanas antes de morir todavía se ocupó de los planes de la maqueta de la primera locomotora.
En invierno, su enfermedad se agravó; su valet creyó que era un resfrío; pasó una mala noche; tres días más tarde parecía curado. Estaba sentado, débil pero de buen humor. Preguntó sobre los acontecimientos del día, comió con apetito, pasó  una tarde tranquila; hojeó una colección de  grabados hechos por él y al acostarse se mostró feliz de poder trabajar al día siguiente. Hacia medianoche volaba de fiebre.
Murió en paz; pidió que abrieran la ventana: “más luz”, fueron las últimas palabras en este hombre que veneró el sol y a Dios. “Más luz”: tal vez fue la revelación del mundo luminoso en el cual entraba con tranquilidad.

* (Diario de Talleyrand).
** Ulrica vivió soltera hasta los 95 años.
** Mme Stein morirá a los 84, medio año antes que el poeta,
Bibliografía Marcel Brion, miembro de la Academia francesa, Goethe, editorial  Albin Michel, Paris 1949 (490 páginas).
Adaptación de C. B




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