ITALIA UNIDA
Carlos Alberto
Víctor Manuel II
Humberto (hijo)
Víctor Manuel III (nieto)
En 1815, Napoleón fue derrotado en Waterloo: gran confusión en Europa. Nace el racionalismo y el liberalismo, pese a ser repudiados ambos. La lucha en Grecia hizo que las grandes potencias se unieran con el fin de ayudar a Italia. Benefició a Inglaterra, pues Malta y Chipre pasaron a ser británicas. (El levantamiento de España nada tuvo que ver con el Mediterráneo).
Fernando VII regresó a España, después de la caída de” Pepe botella,” hermano mayor del Emperador francés. Fue también una de las consecuencias de la liberación de los pueblos sudamericanos, lo cual ayudó a San Martín y a Bolívar en sus planes de independencia.
Cuando las potencias protegieron al Borbón, Francia entró en España para terminar con los liberales y saquear al país durante seis años. Los realistas españoles regresaron.
Las grandes potencias resistieron en Italia a fin de lograr su unidad. El país había soportado más revoluciones en el Mediterráneo por ser su península un lugar estratégico.
Hasta el año 1820 el territorio se dividió en dos regiones extensas que pertenecían a dinastías extranjeras; los Habsburgos de Austria -en el Norte- y España -en Nápoles y Sicilia-. El único gobierno autóctono que existía estaba en Cerdeña unida al Pontífice.
En Sicilia, el rey Federico reinó durante sesenta y seis años. En el Norte, Austria impuso cierta educación: tenía el deseo de gobernarla pero no la audacia ni la pasión necesaria. La casa imperial nombró ducados a los duques que poseían castillos soberbios. Durante medio siglo no dieron privilegios ni mejoras sociales a los pueblos sometidos. Eran arrogantes, en ocasiones indulgentes; cuando esos pueblos se levantaron, los Habsburgos, temiendo a Federico, lo acogieron bien y se aceptó una Constitución. Metternich envió el ejército austriaco para someter a los napolitanos, que entraron con unas ramitas de olivo como falsos liberadores y se quedaron seis años. Desde 1821 el odio de los napolitanos contra los austriacos fue intenso pues deseaban ser una república. Sólo en el Piamonte -bajo los reyes de Cerdeña- gobernaban en Aosta y Spezia; soñaban ser reyes de una Italia unida. Necesitaron medio siglo para ver cumplido su sueño, aunque los cuatro soberanos no estuvieron a la altura de la circunstancia. La corte era más progresista; los reyes poseían Nápoles; la Santa Alianza apoyaba al reino español, en principio.
Cuando Napoleón partió prisionero a Santa Helena, se restituyeron las monarquías y los Borbones-en la figura de Fernando VII- pasó a ser nuevamente rey en las colonias de América. Fue un rey débil y las colonias tenían posibilidades de convertirse en repúblicas.
En Prusia, la república fracasó; Austria y Hungría eran monárquicas; en Francia, la república se impuso por un tiempo y -a medias- en Italia y Grecia, países del Mediterráneo que luchaban por los derechos populares, mientras los otros pueblos querían su Constitución.
Hasta 1900 Europa tenía dos repúblicas: Suiza y Francia y cuarenta principados y reinos.
Italia estuvo sometida a varios opresores durante catorce siglos: por los ostrogodos de España, en el 500, los Hohenstaufen en 1200, los austriacos y Borbones, en 1800, siempre por extranjeros que admiraba su belleza, su clima y ubicación. El pueblo se sintió siempre italiano; Milán, Venecia, Roma, Florencia tenían familias nativas.
Por fin el espíritu de unión nacional se irguió entre ellos; abarcó desde 1830 a 1870, cuarenta años divididos en diez etapas. Fue muy importante la ayuda de los franceses -en 1859- y de los alemanes -en 1870-. Conquistaron la mitad de Italia los mismos príncipes que antes la gobernaron, pero el triunfo tuvo el éxito final, gracias a los tres últimos patriotas que produjo el Mediterráneo; tres héroes, Mazzini, Cavour y Garibaldi.
Venían de Génova, Turín y Niza, nacidos entre 1805 y en 1810, criados en un clima de opresión que los llevó a rebelarse; cada uno con las características diferentes.
Mazzini, con estudios literarios, de carácter emocional e intelectual. Cavour, tenía la diplomacia y la capacidad y Garibaldi, el espíritu de aventura y el romanticismo. Tres hombres tan opuestos entre sí, aunque con la misma ambición de liberar el país de sus opresores.
Mazzini, poeta, idealista, ansiaba la liberación de su país. Perseguido, condenado a muerte, huyó al extranjero, donde fundó un diario y dio conferencias. Ya anciano, llegó a ver una Italia unida. Exhortaba al rey de Cerdeña y al Papa a la unirse, en una república.
Cavour, de linaje noble, era leal a los reyes del Piamonte; liberal, aprendió de la Revolución Francesa que hasta un reino podía convertirse en liberal. Espíritu práctico, tenía la pasión por el conocimiento; a los treinta y siete años era periodista; escribió el Resurgimiento que dio su nombre a toda una época. Con un artículo solamente hizo que el rey vacilante le declarara la guerra en 1848 a Austria .
La Revoluciones de París y Viena dejaron una profunda huella. Roma y Venecia cayeron en poder del pueblo; Mazzini y otros regresaron del destierro.
Cavour “no deseaba que los austriacos fueron más humanos: quería que se fueran.”
La escasa decisión del Pontífice, la carencia de material bélico y la falta de confianza de los príncipes los llevó a la derrota. El rey de Cerdeña abdicó; la revolución se sofocó; regresaron los príncipes, pero los desterraron de nuevo y allá partieron Mazzini y Manin. En Venecia se declaró una epidemia de cólera además del hambre; los agresores tiraron bombas por medio de globos inflados con agua caliente. Fueron los primeros ataques aéreos con resultados catastróficos. Manin, frente al peligro y lo inútil de la resistencia, propuso la rendición de la ciudad. En el último momento huyó a París y se ganó la vida como profesor de idiomas.
Cavour, en cambio, siguió adelante. Guió el Piamonte y más tarde a la Gran Italia por diez años, bajo el reinado del joven rey. Demostró ser más diplomático que los Papas. Logró ayudar a Napoleón III en la guerra contra Austria, a favor de una Italia unida, después de la guerra de Crimea: Napoleón III debió cumplir la promesa; audazmente ofreció Niza y Saboya a Francia, territorios que todavía Italia pretende. Cumplió el Emperador y fue objeto de un odio acérrimo por los italianos.
A mitad del S XIX, el emperador francés derrotó a Austria pero se detuvo y le ofreció su amistad. El emperador Francisco José estuvo de acuerdo: para Italia quedó Lombardía, dejando Venecia al emperador de Austria.
Cavour se desilusionó y discutió con el rey, cuando éste le concedió la mitad de lo ganado a Napoleón III.
Garibaldi
Patriota de la libertad, conocía el Mediterráneo por ser su padre un comerciante y ayudarlo -siendo niño- en la costa. Se escapó al mar para no entrar de cura. Se alió a los grupos revolucionarios de Mazzini.
Condenado muy joven, huyó a América del Sur, donde formó parte de la revolución de Brasil y Uruguay. Estuvo en la cárcel, sufrió torturas, vivió otra guerra, fue capturado en Porto Alegre y encontró a su primera mujer, una condesa que debió abandonar. Prefirió pelear a hacer política, no por orgullo sino por gloria; fue herido en Uruguay y otra vez en Roma.
Mazzini tenía la pasión por la libertad; Cavour por Italia y Garibaldi por la aventura.
A los cuarenta años este último huyó, después del fracaso en Piamonte; trabajó en una fábrica de velas en Nueva York y más tarde en un barco de carga, al frente de un regimiento italiano.
Diez años más tarde, con cincuenta años era general en los mismos campos de batalla. Un año más tarde fue la victoria sobre Austria; se embarcó en Génova con un millar de voluntarios y, engañando al enemigo, dos días después llego a Sicilia, derrotó la tropa del rey Borbón y a las pocas semanas era dictador en Nápoles y Sicilia. Entregó las conquistas al rey de Italia. Entró a Nápoles a caballo, detrás del rey. Al día siguiente se dirigió al Nordeste de Cerdeña, donde se retiró, cultivó su jardín y escribió versos, pero regresó a los sesenta años porque ya no soportaba esa vida tan pacífica. Al finalizar la lucha en toda Italia buscó nuevas aventuras en Francia y Alemania. Se casó por tercera vez y finalmente murió a los setenta y cinco años, conservando el paso firme y el brillo de sus ojos.
El enemigo fue el Papa, no fue Austria, ni los Borbones ni Cavour. Luchaba con un hombre de acero, un dictador nato. Pío IX no pudo ser militar por sufrir de epilepsia; se hizo entonces sacerdote a los treinta, a los cuarenta fue arzobispo y a los cuarenta y cinco fue proclamado Pontífice durante treinta y dos años: fue el más largo papado de la historia. Era un autócrata que rompió con las tradiciones; fue liberal por ambición y convicción, haciendo varias reformas administrativas. Cuando la revolución tocó a las puertas del Vaticano, se asustó y aceptó la Constitución y las dos Cámaras -una designada por él-.
Las tropas del norte de Italia marcharon contra Austria. Como católicos e italianos pidieron su bendición. El Papa no deseaba un conflicto con los Habsburgos; dio astutamente la bendición solamente hasta la frontera con Austria; cuatro semanas después se declaró neutral. Roma se indignó y la península entera también. La rebelión obligó a renunciar de la guardia suiza y a aceptar la guerra civil. A los pocos días cayó prisionero. Pidió ayuda al rey de Nápoles, abandonó Roma y los católicos no lo detuvieron.
Roma se convirtió en una República; todas las propiedades de la iglesia pasaron a ser del gobierno, haciéndose cargo Mazzini.
Napoleón III restauró al Pontífice, pues deseaba ser coronado emperador.
Garibaldi, al son de “Roma o Morte,” se dirigió a la ciudad eterna. Hubo combates entre franceses e italianos, que recordaron el “saco di Roma” por Carlos V, en el S XVI. Los franceses tuvieron que retirarse.
Garibaldi partió hacia América. La república duró cinco meses. El papa regresó un año más tarde; su destierro había sido de diez y ocho meses. Pío IX siguió siendo autócrata y exigió una venganza. En su exilio se alió a la Orden de los Jesuitas. Hubo expulsiones, torturas y prisioneros; hubo crueldad de parte de la iglesia, pero los austriacos la frenaron; deseaban destituir al pontífice.
Nació un odio hacia el Vaticano, igual que en tiempos de las luchas con Bizancio. Entre 1850 y 1860, el Papa fue odiado como una pústula política seglar.
Napoleón defendió el estado papal con sus tropas y al Papa como autoridad. El totalitarismo de Pío IX llegó al clímax. Se volvió antiliberal. Vengativo, cruel contra un mundo que estaba en oposición a su deseo máximo: ser infalible en materia de Fe y moral, estableció el absolutismo: exigió que se lo reconociera como infalible en cuestiones eclesiásticas. Se envió 113 delegados a América,una cuarta parte de los seiscientos votos fue contrario a la propuesta, aunque no se los tuvo en cuenta. Los sacerdotes invocaron la orden de Gregorio VII. La guerra de Francia contra Prusia distrajo la atención del mundo.
Pío IX se sintió en la cima del poder. Napoleón fue derrotado en seis semanas en la batalla de Sedán. Fue un golpe de suerte para Italia. A los dos meses el Papa era hecho prisionero. Mantuvo su dignidad, su libertad y su guardia personal más tres palacios y dinero suficiente, pero rechazó la libertad y el dinero; prefirió ser un prisionero. Pío IX, estando cerca de sus cincuenta años, jamás abandonó el palacio de los veinte patios y los soberbios jardines.
Este fue el gran momento en el Mediterráneo. Los sucesos hicieron que el Pontífice tuviera un poder espiritual donde ya no sería dueño ni de tierras ni de tropas ni de una policía ni de una Corte ni de los impuestos. Para seguir unida, Italia debía ceder.
Roma fue gobernada por emperadores o pontífices. Cuando trataron de gobernar juntos les fue imposible. Los papas fueron considerados sacerdotes supremos, como los faraones en otros tiempos, reunido en un solo poder y por una sola mano. Pío IX no pudo ver que su derrota se convirtió en una victoria. León XIII, su sucesor, lo vio y fue venerado.
Italia pasó a ser un reino sólido, reunido bajo un idioma y un mismo gobierno. El rey era débil para apoderarse de Córcega. Clemenceau le ofreció ayuda, con gran pena de los franceses. Deseaba tomar Túnez, aunque Inglaterra se lo impidió. La expansión natural de un nuevo reino debía ser hacia el norte de África.
La navegación se activó con el vapor. Por primera vez Austria usó buques blindados en alta mar -en 1866- para vencer a los italianos. Se luchó por las comunicaciones más veloces. El Mediterráneo revivió para el comercio universal. La puerta -que por mil años estuvo cerrada- fue abierta.
Fue un momento culminante para la liberación de este mar interior, que se asemeja más a un lago.
Bibliografía; Ludwig, Emil. EL MEDITERRÁNEO, el mar que dio origen a una civilización. Edición Fabril Editora, Bs.As, año1960.
Fernando VII regresó a España, después de la caída de” Pepe botella,” hermano mayor del Emperador francés. Fue también una de las consecuencias de la liberación de los pueblos sudamericanos, lo cual ayudó a San Martín y a Bolívar en sus planes de independencia.
Cuando las potencias protegieron al Borbón, Francia entró en España para terminar con los liberales y saquear al país durante seis años. Los realistas españoles regresaron.
Las grandes potencias resistieron en Italia a fin de lograr su unidad. El país había soportado más revoluciones en el Mediterráneo por ser su península un lugar estratégico.
Hasta el año 1820 el territorio se dividió en dos regiones extensas que pertenecían a dinastías extranjeras; los Habsburgos de Austria -en el Norte- y España -en Nápoles y Sicilia-. El único gobierno autóctono que existía estaba en Cerdeña unida al Pontífice.
En Sicilia, el rey Federico reinó durante sesenta y seis años. En el Norte, Austria impuso cierta educación: tenía el deseo de gobernarla pero no la audacia ni la pasión necesaria. La casa imperial nombró ducados a los duques que poseían castillos soberbios. Durante medio siglo no dieron privilegios ni mejoras sociales a los pueblos sometidos. Eran arrogantes, en ocasiones indulgentes; cuando esos pueblos se levantaron, los Habsburgos, temiendo a Federico, lo acogieron bien y se aceptó una Constitución. Metternich envió el ejército austriaco para someter a los napolitanos, que entraron con unas ramitas de olivo como falsos liberadores y se quedaron seis años. Desde 1821 el odio de los napolitanos contra los austriacos fue intenso pues deseaban ser una república. Sólo en el Piamonte -bajo los reyes de Cerdeña- gobernaban en Aosta y Spezia; soñaban ser reyes de una Italia unida. Necesitaron medio siglo para ver cumplido su sueño, aunque los cuatro soberanos no estuvieron a la altura de la circunstancia. La corte era más progresista; los reyes poseían Nápoles; la Santa Alianza apoyaba al reino español, en principio.
Cuando Napoleón partió prisionero a Santa Helena, se restituyeron las monarquías y los Borbones-en la figura de Fernando VII- pasó a ser nuevamente rey en las colonias de América. Fue un rey débil y las colonias tenían posibilidades de convertirse en repúblicas.
En Prusia, la república fracasó; Austria y Hungría eran monárquicas; en Francia, la república se impuso por un tiempo y -a medias- en Italia y Grecia, países del Mediterráneo que luchaban por los derechos populares, mientras los otros pueblos querían su Constitución.
Hasta 1900 Europa tenía dos repúblicas: Suiza y Francia y cuarenta principados y reinos.
Italia estuvo sometida a varios opresores durante catorce siglos: por los ostrogodos de España, en el 500, los Hohenstaufen en 1200, los austriacos y Borbones, en 1800, siempre por extranjeros que admiraba su belleza, su clima y ubicación. El pueblo se sintió siempre italiano; Milán, Venecia, Roma, Florencia tenían familias nativas.
Por fin el espíritu de unión nacional se irguió entre ellos; abarcó desde 1830 a 1870, cuarenta años divididos en diez etapas. Fue muy importante la ayuda de los franceses -en 1859- y de los alemanes -en 1870-. Conquistaron la mitad de Italia los mismos príncipes que antes la gobernaron, pero el triunfo tuvo el éxito final, gracias a los tres últimos patriotas que produjo el Mediterráneo; tres héroes, Mazzini, Cavour y Garibaldi.
Venían de Génova, Turín y Niza, nacidos entre 1805 y en 1810, criados en un clima de opresión que los llevó a rebelarse; cada uno con las características diferentes.
Mazzini, con estudios literarios, de carácter emocional e intelectual. Cavour, tenía la diplomacia y la capacidad y Garibaldi, el espíritu de aventura y el romanticismo. Tres hombres tan opuestos entre sí, aunque con la misma ambición de liberar el país de sus opresores.
Mazzini, poeta, idealista, ansiaba la liberación de su país. Perseguido, condenado a muerte, huyó al extranjero, donde fundó un diario y dio conferencias. Ya anciano, llegó a ver una Italia unida. Exhortaba al rey de Cerdeña y al Papa a la unirse, en una república.
Cavour, de linaje noble, era leal a los reyes del Piamonte; liberal, aprendió de la Revolución Francesa que hasta un reino podía convertirse en liberal. Espíritu práctico, tenía la pasión por el conocimiento; a los treinta y siete años era periodista; escribió el Resurgimiento que dio su nombre a toda una época. Con un artículo solamente hizo que el rey vacilante le declarara la guerra en 1848 a Austria .
La Revoluciones de París y Viena dejaron una profunda huella. Roma y Venecia cayeron en poder del pueblo; Mazzini y otros regresaron del destierro.
Cavour “no deseaba que los austriacos fueron más humanos: quería que se fueran.”
La escasa decisión del Pontífice, la carencia de material bélico y la falta de confianza de los príncipes los llevó a la derrota. El rey de Cerdeña abdicó; la revolución se sofocó; regresaron los príncipes, pero los desterraron de nuevo y allá partieron Mazzini y Manin. En Venecia se declaró una epidemia de cólera además del hambre; los agresores tiraron bombas por medio de globos inflados con agua caliente. Fueron los primeros ataques aéreos con resultados catastróficos. Manin, frente al peligro y lo inútil de la resistencia, propuso la rendición de la ciudad. En el último momento huyó a París y se ganó la vida como profesor de idiomas.
Cavour, en cambio, siguió adelante. Guió el Piamonte y más tarde a la Gran Italia por diez años, bajo el reinado del joven rey. Demostró ser más diplomático que los Papas. Logró ayudar a Napoleón III en la guerra contra Austria, a favor de una Italia unida, después de la guerra de Crimea: Napoleón III debió cumplir la promesa; audazmente ofreció Niza y Saboya a Francia, territorios que todavía Italia pretende. Cumplió el Emperador y fue objeto de un odio acérrimo por los italianos.
A mitad del S XIX, el emperador francés derrotó a Austria pero se detuvo y le ofreció su amistad. El emperador Francisco José estuvo de acuerdo: para Italia quedó Lombardía, dejando Venecia al emperador de Austria.
Cavour se desilusionó y discutió con el rey, cuando éste le concedió la mitad de lo ganado a Napoleón III.
Garibaldi
Patriota de la libertad, conocía el Mediterráneo por ser su padre un comerciante y ayudarlo -siendo niño- en la costa. Se escapó al mar para no entrar de cura. Se alió a los grupos revolucionarios de Mazzini.
Condenado muy joven, huyó a América del Sur, donde formó parte de la revolución de Brasil y Uruguay. Estuvo en la cárcel, sufrió torturas, vivió otra guerra, fue capturado en Porto Alegre y encontró a su primera mujer, una condesa que debió abandonar. Prefirió pelear a hacer política, no por orgullo sino por gloria; fue herido en Uruguay y otra vez en Roma.
Mazzini tenía la pasión por la libertad; Cavour por Italia y Garibaldi por la aventura.
A los cuarenta años este último huyó, después del fracaso en Piamonte; trabajó en una fábrica de velas en Nueva York y más tarde en un barco de carga, al frente de un regimiento italiano.
Diez años más tarde, con cincuenta años era general en los mismos campos de batalla. Un año más tarde fue la victoria sobre Austria; se embarcó en Génova con un millar de voluntarios y, engañando al enemigo, dos días después llego a Sicilia, derrotó la tropa del rey Borbón y a las pocas semanas era dictador en Nápoles y Sicilia. Entregó las conquistas al rey de Italia. Entró a Nápoles a caballo, detrás del rey. Al día siguiente se dirigió al Nordeste de Cerdeña, donde se retiró, cultivó su jardín y escribió versos, pero regresó a los sesenta años porque ya no soportaba esa vida tan pacífica. Al finalizar la lucha en toda Italia buscó nuevas aventuras en Francia y Alemania. Se casó por tercera vez y finalmente murió a los setenta y cinco años, conservando el paso firme y el brillo de sus ojos.
El enemigo fue el Papa, no fue Austria, ni los Borbones ni Cavour. Luchaba con un hombre de acero, un dictador nato. Pío IX no pudo ser militar por sufrir de epilepsia; se hizo entonces sacerdote a los treinta, a los cuarenta fue arzobispo y a los cuarenta y cinco fue proclamado Pontífice durante treinta y dos años: fue el más largo papado de la historia. Era un autócrata que rompió con las tradiciones; fue liberal por ambición y convicción, haciendo varias reformas administrativas. Cuando la revolución tocó a las puertas del Vaticano, se asustó y aceptó la Constitución y las dos Cámaras -una designada por él-.
Las tropas del norte de Italia marcharon contra Austria. Como católicos e italianos pidieron su bendición. El Papa no deseaba un conflicto con los Habsburgos; dio astutamente la bendición solamente hasta la frontera con Austria; cuatro semanas después se declaró neutral. Roma se indignó y la península entera también. La rebelión obligó a renunciar de la guardia suiza y a aceptar la guerra civil. A los pocos días cayó prisionero. Pidió ayuda al rey de Nápoles, abandonó Roma y los católicos no lo detuvieron.
Roma se convirtió en una República; todas las propiedades de la iglesia pasaron a ser del gobierno, haciéndose cargo Mazzini.
Napoleón III restauró al Pontífice, pues deseaba ser coronado emperador.
Garibaldi, al son de “Roma o Morte,” se dirigió a la ciudad eterna. Hubo combates entre franceses e italianos, que recordaron el “saco di Roma” por Carlos V, en el S XVI. Los franceses tuvieron que retirarse.
Garibaldi partió hacia América. La república duró cinco meses. El papa regresó un año más tarde; su destierro había sido de diez y ocho meses. Pío IX siguió siendo autócrata y exigió una venganza. En su exilio se alió a la Orden de los Jesuitas. Hubo expulsiones, torturas y prisioneros; hubo crueldad de parte de la iglesia, pero los austriacos la frenaron; deseaban destituir al pontífice.
Nació un odio hacia el Vaticano, igual que en tiempos de las luchas con Bizancio. Entre 1850 y 1860, el Papa fue odiado como una pústula política seglar.
Napoleón defendió el estado papal con sus tropas y al Papa como autoridad. El totalitarismo de Pío IX llegó al clímax. Se volvió antiliberal. Vengativo, cruel contra un mundo que estaba en oposición a su deseo máximo: ser infalible en materia de Fe y moral, estableció el absolutismo: exigió que se lo reconociera como infalible en cuestiones eclesiásticas. Se envió 113 delegados a América,una cuarta parte de los seiscientos votos fue contrario a la propuesta, aunque no se los tuvo en cuenta. Los sacerdotes invocaron la orden de Gregorio VII. La guerra de Francia contra Prusia distrajo la atención del mundo.
Pío IX se sintió en la cima del poder. Napoleón fue derrotado en seis semanas en la batalla de Sedán. Fue un golpe de suerte para Italia. A los dos meses el Papa era hecho prisionero. Mantuvo su dignidad, su libertad y su guardia personal más tres palacios y dinero suficiente, pero rechazó la libertad y el dinero; prefirió ser un prisionero. Pío IX, estando cerca de sus cincuenta años, jamás abandonó el palacio de los veinte patios y los soberbios jardines.
Este fue el gran momento en el Mediterráneo. Los sucesos hicieron que el Pontífice tuviera un poder espiritual donde ya no sería dueño ni de tierras ni de tropas ni de una policía ni de una Corte ni de los impuestos. Para seguir unida, Italia debía ceder.
Roma fue gobernada por emperadores o pontífices. Cuando trataron de gobernar juntos les fue imposible. Los papas fueron considerados sacerdotes supremos, como los faraones en otros tiempos, reunido en un solo poder y por una sola mano. Pío IX no pudo ver que su derrota se convirtió en una victoria. León XIII, su sucesor, lo vio y fue venerado.
Italia pasó a ser un reino sólido, reunido bajo un idioma y un mismo gobierno. El rey era débil para apoderarse de Córcega. Clemenceau le ofreció ayuda, con gran pena de los franceses. Deseaba tomar Túnez, aunque Inglaterra se lo impidió. La expansión natural de un nuevo reino debía ser hacia el norte de África.
La navegación se activó con el vapor. Por primera vez Austria usó buques blindados en alta mar -en 1866- para vencer a los italianos. Se luchó por las comunicaciones más veloces. El Mediterráneo revivió para el comercio universal. La puerta -que por mil años estuvo cerrada- fue abierta.
Fue un momento culminante para la liberación de este mar interior, que se asemeja más a un lago.
Bibliografía; Ludwig, Emil. EL MEDITERRÁNEO, el mar que dio origen a una civilización. Edición Fabril Editora, Bs.As, año1960.