Juan II de Castilla (1407-1454) subió al trono a los dos años de edad. Dejó un heredero de su primera mujer. Al enviudar, se casó con otra portuguesa -con problemas psíquicos- y tuvo dos hijos: Isabel y Alfonso.
Murió el rey y subió al trono el hijo mayor, Enrique IV, medio hermano de los otros dos, a quien la historia denominó el impotente. La primera mujer lo abandonó; el rey se casó con la hermana del rey de Portugal y tuvo con ella una hija, pero la llamaban la Beltraneja, pues intuían que era hija del favorito, Beltrán. Cuando Isabel y Alfonso fueron adolescentes, su medio hermano exigió que vivieran en la corte, lejos de su madre. Envenenan a Alfonso, el hermano de Isabel, siendo muy joven. Para dejarle el trono a Juana la Beltraneja, quiso casar Enrique IV a su media hermana Isabel con un noble español, que murió; luego con el hermano del rey de Francia, anciano achacoso tullido y con serios problemas físicos, pero Isabel huyó y se casó en secreto con Fernando, hijo del rey de Aragón. Consumada la unión, Enrique IV llegó a un acuerdo con su media hermana. Él reinaría hasta su muerte e Isabel sería su heredera.
Isabel y Fernando se convirtieron con el tiempo en los Reyes Católicos con el fin de defender la fe católica que crecía en el Norte de Europa Los dos grandes logros de los reyes de Castilla y Aragón fueron la conquista de Granada, uniendo el norte con el sur y quitándole el poder a los moros- a quienes les dejaron conservar sus leyes y su fé- y la conquista de América por Colón, en 1492. Europa pone su mirada en España y sus conquistas, convirtiéndose en una gran potencia. Su grave error fue la Inquisición, sugerida por el sacerdote Torquemada, confesor de la reina, que terminó en feroces matanzas de inocentes.Con sus herederos, los reyes no tuvieron tanta suerte. Juan, el hijo varón, era tartamudo y le colgaba el labio: llevaba en sus genes el karma de su abuela materna. El heredero era el último sucesor de la dinastía española, pues Carlos nació y se educó en Flandes. Juan murió a los diez y nueve años; Margarita de Austria, hija del Emperador Maximiliano y hermana de Felipe el Hermoso, estuvo casada con él y luego de quedar viuda tuvo un parto prematuro. Partió hacia Flandes, se casó por segunda vez y después de unos años de felicidad su marido murió; entonces su padre, Maximiliano le otorgó el título de gobernadora de los Países Bajos, además de confiarle la educación del futuro emperador, Carlos y de tres de sus hermanas.
En Francia reinaba Luis XII.
Juana se casó a los diez y siete años con Felipe el Hermoso, duque de Borgoña; diez y ocho años, bello, excelente bailarín, seductor, deportista, amante de la caza, de las mujeres, de la bebida y los juegos de cartas. Su padre, Maximiliano de Austria, se había casado con María de Borgoña, -única hija de Carlos el Temerario, que le dejó en herencia los Países Bajos y Borgoña-. María murió en un accidente mientras andaba a caballo; se llevó una rama por delante. Maximiliano quedó viudo, con dos hijos y muy triste.
Juana y Felipe quedaron tan flechados al conocerse que no pudieron esperar cuarenta y ocho horas y acudieron a un cura que los casara para poder tener relaciones esa misma tarde. La química era enorme; todos los libros coinciden en este aspecto.
Felipe y Juana vivían entre Gante, Bruselas, Lovaina, Brabante, Ostende y Borgoña: era una de las cortes más ricas. Flandes dominaba el comercio por tierra y por mar. Castilla, en comparación era austera, sencilla y humilde.
Juana adoraba a su marido y lo celaba de continuo; sus razones tenía; siendo un joven gallardo lograba conquistar a las damas de la corte fácilmente.
Felipe y Juana tuvieron seis hijos -dos varones y cuatro niñas- Unos hablaban francés y flamenco y otros, castellano. cuatro vivían en Flandes; los otros dos crecieron en España y hablaban castellano. Sólo se vieron muchos años después. La relación con su marido era excelente en el lecho nupcial, pues era el único momento en donde era dócil y sumisa: veía al varón, no al hombre; La condición psíquica de Juana empeoraba por los celos frente a su marido casquivano. Se pasaba días sin hablar, sin moverse ni comer. En sus ataques de furia, y desesperación todos huían de su cercanía pues podía herir a quien se aproximara. Echó a las damas de su corte, salvo una vieja y fea, por temor a las conquistas de su marido. La condición psíquica de Juana empeoraba frente a su marido casquivano. Su marido no podía con sus rabietas, gritos, y su constante negativa de firmar papeles para vengarse porque le era infiel. Juana vivía embarazada y en ese tiempo no se tocaba a una mujer por miedo a que sufriera un aborto. Juana en un acceso de celos le marcó la cara a una joven mora con un par de tijeras y le cortó el pelo además de rasguños y heridas Juana se lavaba el pelo varias veces por día, signo preocupante. Felipe quería quitarle las cautivas moras que estaban en su corte, diciendo que le enseñaban malos hábitos.
Juana viajó a España junto a su marido. Acababa de dar a luz una niña y viajaron porque -al ser la heredera- debía recibir la obediencia de sus súbditos. Su marido no hablaba español y se aburría en esa corte tan austera, se llevaba mal con los españoles, le encantaba beber y el lujo; partió, dando como excusa que lo necesitaban en Flandes por asuntos urgentes. Sin embargo, Felipe se quedó varios meses en una ciudad de Austria, donde se divertía en su ambiente natal. Juana, de nuevo encinta, se quedó en España, pues su madre Isabel de Castilla estaba segura de que el viaje sería muy largo y peligroso para una mujer embarazada. Aquí nació su segundo hijo varón, Fernando, que vivió con sus abuelos maternos desde ese momento. Cuando Felipe le envió una carta donde la invitaba a regresar junto a él, Juana de inmediato deseó marcharse. Como su madre se encontraba afuera y no la dejaron partir se quedó dos noches en plena tormenta, lluvia y un frío helado, amarrada a la reja, que le impedía ir en busca de su marido. Llegó su madre que con caricias y palabras la pudo convencer de entrar en el castillo: dos días habían pasado. Juana era la tercera en línea de sucesión. Al morir Juan, su hijo, y su hermana mayor, Isabel, Juana pasaba a ser la heredera de España, América, Flandes, Austria y parte de Alemania. María, otra hija de los reyes de España, se casó con Manuel de Portugal por obligación, el marido de su hermana Isabel, muerta en el parto muy joven. María tuvo varios hijos, entre ellos una hija bellísima Isabel de Portugal, que se casaría con Carlos V: Carlos e Isabel eran primos hermanos del lado paterno y materno.
Años más tarde es elegido emperador del Sacro Imperio Romano, título que deseaban también Francisco I en Francia y Enrique VIII de Inglaterra, mayores que este jovenzuelo sin experiencia.
Carlos V ve a su madre dos veces en el transcurso de su reinado. La primera vez cuando llega, pues necesita un poder en conjunto con el consentimiento de Juana para reinar. Ella lo firma, encantada y feliz de ver a dos de sus hijos. Tuvo un momento de gran lucidez pero al partir entró de nuevo en su prolongado silencio. Catalina, la hija menor española vivía con ella. A los once años conoce a sus hermanos. Carlos mejora su condición de vida, puede salir, cabalgar, tiene una corte con damas de su misma edad. Sale a los 18 de Tordesillas para casarse. El mismo año que abdica Carlos V muere su madre, tras cuarenta y siete años encerrada y no en buenas condiciones. Fernando, hijo de Juana, pero educado en España, no conoce a su hermano que, muy astutamente le cede el título de emperador de Alemania y Austria, dejándole a su hijo Felipe Nápoles, el Milanesado, Flandes, Borgoña, España y el continente de América más docena de islas por todo el mundo.
Como futura heredera, los duques de Borgoña viajaron a España por segunda vez. La primera en 1502, para recibir el juramento de las cortes; la segunda, en 1504, luego de la muerte de su madre, para recibir el reino. En Burgos hubo una epidemia y Felipe cayó enfermo de sarampión. En el lecho lo visitó el rey Fernando, quien lo detestaba porque no deseaba un extranjero en el trono de España, que ni siquiera hablaba el idioma y tenía otras costumbres. Continuaron el viaje pero nuevamente Felipe cayó enfermo con fiebres, vómitos y murió. No había causa para que sucediera: era un hombre joven, fuerte y sano. Se sospechó de Fernando, que lo hubiera mandado envenenar, mientras él se encontraba en el Sur de España. Juana quedó trastornada; viajaba de noche con el ataúd a su lado y el cadáver embalsamado; su mal recrudeció. Viajaba de pueblo en pueblo (estalló una epidemia ) con el féretro embalsamado de su marido, de noche y con cirios encendidos; cada dos o tres días hacía abrir el sepulcro para ver que no lo habían cambiado. Llegaron a Tordesillas. Su padre intenta que firme la autorización de reinar en su lugar hasta la mayoría de edad de su hijo Carlos, pero ella se niega. Entonces su padre la encierra en unas habitaciones en el castillo de Tordesillas, en la planta baja, sin demasiado confort y con guardias bien severos. Vivió encerrada cuarenta y siete años. Ya no se interesaba ver desde la ventana la iglesia donde descansaba el cadáver de su marido. Finalmente Felipe pudo descansar en la tumba de Granada, como era su deseo. Vivía con su hija menor, Catalina. Carlos V se hace cargo del trono español en Bruselas, lo cual los españoles no le perdonaron; se sentía flamenco, hablaba muy mal el español, necesitaba intérpretes y los españoles no lo conocían ni lo querían. Los flamencos eran fastuosos, altivos, amantes de la cerveza que se fabricaba en su país; hubo revueltas, cuando Carlos V llegó con su corte flamenca para formar reinar.
Pasa en su primer viaje a España a ver a su madre, presentándole un poder que ella accedió a firmar. La visitó una vez más en todos esos años. La hija menor, Catalina, mejora sus condiciones de vida cuando su hermano la conoce en Tordesillas; le otorga una corte de jóvenes como ella, puede salir, cabalgar, divertirse. Vive en otra ala del castillo. A los diez y ocho años parte para casarse. Su madre la vio alejarse con la mirada perdida. Juana empeora, no se deja cambiar la ropa interior, ni lavar, y deben hacerlo a la fuerza. Pasa lo días en la oscuridad, tirada sobre un almohadón, mirando fijo hacia el vacío. Exige que le dejen la comida afuera y luego de comer esconde los platos detrás del cofre, de la cama. Vive en silencio y en la oscuridad.
Por qué Carlos V no hizo nada para mejorar las condiciones de su madre, que estaba bajo el cuidado de un duque nombrados por él . Tal vez no se sintió seguro que lo aceptaran.
Juana murió el año que el emperador abdicó, en 1555. El emperador vivió once años más en un convento en Yuste con su jardín, un huerto y su departamento privado. La herencia de Juana se transmitió a su nieto don Carlos, un psicópata cruel, raquítico, con fiebres interminables, débil. No veía, a su padre que estaba en Londres, casado con María Tudor, donde nunca le concedieron en siete años de estadía un papel representativo acorde a su rango. Se había casado a los diez y seis con su prima hermana, un año menor; al año quedó encinta y murió cuatro días después de dar a luz este varón, el futuro heredero. Felipe quedó desolado a sus diez y ocho años; se encerró durante semanas y vistió de luto toda su vida; con más de treinta y muerta María Tudor, se casó en terceras nupcias con la hija de los reyes de Francia, de quince años, bella y muy querida por los españoles, que le dió dos niñas; murió de parto. Ya canoso, cuarentón, con gota y hemorroides, envejecido, desconfiado y deprimido, se casa por cuarta vez con Ana de Austria, otra prima hermana de veinte años que le dio varios hijos, siendo Felipe III finalmente su heredero, un príncipe abúlico, incapaz de tomar decisiones, dejando el poder en manos de su favorito, el duque de Otranto.
Carlos V y Felipe II tenían momentos de gran acción y momentos de abulia. Carlos tenía siempre la boca abierta y el mentón hacia afuera; era tesonero y testarudo; habían heredados ciertos rasgos psicológicos de la enfermedad de Juana, que los heredó de su abuela materna. El más afectado fue su bisnieto don Carlos, hijo mayor de Felipe II que fue encerrado, pues tramaba matar a su padre y murió a los cinco meses de estar en prisión.
El rey tuvo que escribir notificando a las cortes de Europa lo sucedido, pues se sospechaba que hubiera sido envenenado.
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